Miss Tacuarembó

Crítica de Emilio A. Bellon - Rosario 12

Las ilusiones al ritmo de Flashdance

En una reversión pop de La Cenicienta, el director Martín Sastre juega con dos personajes de Natalia Oreiro, una que encarna las sanciones y la otra, la transgresión. La película se atreve a dar rienda suelta a lo reprimido.

Debo reconocer que me acerqué con marcada resistencia a ver este film. Particularmente algunos prejuicios rondaban en mi cabeza respecto de la manera en que el mismo era promocionado: sólo el afiche ya me producía cierto recelo; me hacía pensar en una comedia populista con moraleja del cine argentino de los años 70, en tiempos de la dictadura. Había algo que me alejaba cada vez más y más. Y creo que tal vez eran esos fluorescentes colores que estallaban ante mis ojos, como asimismo el atisbar algo de aquellas comedias disco que anticipan y operan de manera simultánea con el lanzamiento de un exitoso long play.

Pese a todas estas objeciones y algunas más me decidí en la noche del viernes a entrar a la sala, no sin antes pensar que la misma iba a estar colmada; ya que en los días anteriores al estreno los diferentes medios periodísticos habían entrevistado a su primera actriz, Natalia Oreiro.

Pero a diferencia de lo que pensaba, la sala estaba semivacía y la película no gozaba de buena salud: pocos espectadores, aislados, tal vez por la crudeza del invierno o bien porque simplemente films como éstos ya no despertaban curiosidad alguna. Efectivamente, me dije, toda la atención esta semana está puesta en lo que hoy tanto nos ocupa: la tan esperada aprobación del matrimonio igualitario, motivo de ásperas polémicas, pero confirmación de las garantías de vivir en un espacio democrático.

Y así fue, conmovido por el entusiasmo y la alegría por la aprobación de la ley, en un clima de debates, que desde el respeto fortalecen la convivencia democrática, que aquella noche del viernes decidimos -amigos y yo- ingresar a la sala. Y allí con signos de interrogación y numerosas comillas, el film estaba por comenzar.

Una película casera, de esas que se conocen con el nombre de "home movies" nos lleva a participar de una excursión a un mundo de sueños, que construyen un imaginario en torno a las promesas de una telenovela llamada "Cristal" y del resonante furor que cada actuación del conjunto Los Parchís provocaba. Estamos en un pueblo de provincia, llamado Tacuarembó, y está a punto de desplegarse frente a nosotros otra de las tantas versiones del inmortal cuento de hadas La Cenicienta.

Y es que Natalia, ya desde niña, fascinada por los efluvios que una misteriosa dama de la zona residencial deja al pasar (rol que interpreta una diva de nuestro cine, Graciela Borges), entregada a su ilusión de estrella, revive junto a su entrañable amigo Carlos los movimientos coreográficos de Flashdance. Canciones populares, tiras televisivas y comedias musicales desde la pantalla grande van orquestando una rutilante promesa con aromas florales de Anais Anais.

Marcos Sastre, desde la delirante novela de Dani Umpi (quien alguna vez actuó en las tablas de nuestra ciudad), logra en su film Miss Tacuarembó un juego entre la fábula y una mirada crítica y nostálgica de toda una época, que transcurre en un cerrado sistema de creencias que imponen dogmáticamente la ley religiosa con sus correspondientes castigos sin perdón. Por momentos, hay situaciones que remiten a ilustraciones naif que tienen el llamado brillo dorado de figuritas de un álbum que se ve animando conforme a los vaivenes del recuerdo.

Miss Tacuarembó le pide a cada espectador que se afloje el cinturón y acepte divertirse de manera loca y desenfadada, que se pierda en la paleta de un pop que contagia y que descubra los guiños y saludos que reconocemos a cada paso. Así como la conductora de un taquillero programa televisivo, el que definirá a la ganadora, es nada menos que una identificable criatura, una de las chicas almodovarianas, Rossy de Palma.

Sobre los sueños de una chica provinciana, que se mueven conforme la lógica de coloridos musicales, Miss Tacuarembó construye de manera fragmentaria las piezas de un irreverente puzzle que nos lleva a dejarnos sorprender por un Cristo de utilería, que asoma de manera aurática, entre ocurrentes parlamentos contagiantes. El film invita a vibrar, mover las caderas, dejarse llevar, mientras se libra en un escenario de marquesina una lucha entre la norma, el castigo y el placer. De esta manera Natalia Oreiro se presenta en un doble rol, como la sancionadora Cándida, cuyos tonos amenazantes, intimidan en el horror de una interminable noche gótica, y la joven e ingenua Natalia que disfruta junto a su amigo y compinche su escalada de transgresiones.

Estallan los colores, comienza la música y al ritmo de las canciones de entonces, brujas y hadas madrinas poblarán los sueños de la protagonista, que seguirá mirando fascinada el vuelo del foulard de la misteriosa dama, impregnado de gotas de First.

En esta coproducción, que reúne figuras del mundo hispano, también está en juego la figura del diferente, cuya visibilidad comienza a ser tenida en cuenta en el cine de este último tiempo. Martín Sastre saluda al libro de Dani Umpi y elige como "héroes" a los que se apartan de las convenciones y que, por ello, son mal mirados en el seno de la sociedad. Por eso Miss Tacuarembó pregona esa aptitud de apertura y de distensión que nos merecemos.

Los dos mundos que interpreta la actriz, las dos facetas, encuentran un punto de unión en ese parque de diversiones llamado Cristo Park, en los que Natalia y Carlos recibirán a los paseantes vestidos de Tablas de la Ley. Con algunos ecos de Entre tinieblas y con el glamour de sueños estelares, el film de Martín Sastre despliega una fábula en la que el espejo mágico devolverá una imagen paródica de telenovelas y reality show enmarcadas en un radiante kitsch.

Sin llegar a afirmar que estamos ante un gran film, de esos que marcan un hito, lo cierto es que Martín Sastre se atreve allí donde se da rienda suelta a lo que estaba reprimido. En materia de divertimento, Miss Tacuarembó se mueve al ritmo de tantas canciones populares y de ritos sociales, aunando lo bizarro por su formato pastiche y algunas reflexiones que merecen nuestra atención.