Miss Tacuarembó

Crítica de Emiliano Román - A Sala Llena

Alocada celebración de los 80s.

Escuchar a Natalia Oreiro cantar el mega-clásico de Irene Cara, o verla emular la inolvidable coreografía que Jennifer Beals realiza en la mítica Flashdance, puede parecer muy atrevido o demasiado grotesco, pero todo es posible en esta divertida e inusual comedia musical que realiza el artista uruguayo Martín Sastre en su ópera prima. La misma está basada en la novela homónima de Dani Umpi.

Somos testigos de un interesante homenaje a los años ochenta, y en especial a aquellos que crecimos en esa década tan colorida. La película toma elementos de esa época para armar una trama en donde relata con bastante originalidad y frescura la infancia de nuestra protagonista (Natalia), que van desde la archifamosa telenovela venezolana Cristal, hasta los cotizadísimos walkie talkies; pasando por las coreografías de Los Parchís y el nombre de la mascota de los niños: un cabrito llamado Madonna.

Natalia, de adulta, se hace llamar Cristal, en honor a su heroína, aquel personaje que interpretaba Jeannette Rodríguez en la clásica telenovela. Ella tiene un sueño: ser cantante. Se presenta a varios casting de distintos reality shows (parodiando a American Idol), en donde continuamente es rechazada. Esa fantasía viene desde niña, cuando ella vivía en un pueblo chico e infierno grande, del interior del Uruguay, cercano al límite con Brasil, donde nunca pasaba nada. La “chiquilina” espera ansiosamente que transcurran diez años para cumplir la mayoría de edad y presentarse al concurso de Miss Tacuarembó, cuyo preciado premio consiste en ganarse dos pasajes para ir a Buenos Aires.

Cristal se destaca por ser muy soñadora, por momentos este exceso de fantasía roza con el delirio místico, ya en la infancia se sentía una elegida por Cristo. Claro que su espontaneidad y sus inclinaciones artísticas generaban mucho ruido en un pueblo donde las creencias religiosas se encargaban de borrar cualquier tipo de singularidad para lograr súbditos homogéneos. Para colmo su inseparable amigo, tenía la misma fascinación que ella, con lo cual representaba una amenaza para su virilidad y el orden sagrado del pueblo.

El film contiene varios números musicales, algunos muy bien logrados, otros no tanto, cuya composición estuvo a cargo de Ale Sergi (el líder de Miranda). Básicamente se basa en tres tiempos: la infancia, adultez y la adolescencia de este par de amigos inseparables, que luchan o intentan concretar sus sueños, pero sus realidades, muchas veces se asemejan más a una pesadilla de la cual no pueden escapar.

Hay varias nombres estelares: Graciela Borges encarna a la multimillonaria del pueblo bastante excéntrica y ostentosa; Mike Amingorena en su papel de este Cristo poco común, original y tal vez polémico; y la ex chica Almodóvar Rossy De Palma que caricaturiza a una conductora de TV. sin escrúpulos. Diego Reinhold hace el papel de Carlos, el eterno compañero de Cristal, lo hace muy bien, aunque ya lo hemos visto innumerables veces en interpretaciones parecidas, a través de tiras televisivas.

Evidentemente a Natalia Oreiro le sienta mucho mejor un personaje como este que el dramático que interpretó recientemente en Francia de Caetano, acá sin dudas se perfila como buena comediante, además puede explorar sus vetas de cantante y bailarina, y no defrauda. Es muy interesante Sofía Silvera que interpreta a Natalia niña, asombrando su gran parecido con Oreiro.

En sus intentos de ser un film arriesgado y de apuesta a la creatividad, cae en algunos fallidos. Hay ciertas escenas que remiten más a un producto adolescente de Cris Morena que a una obra artística. El casting también ha fallado en determinados casos, hay algunas interpretaciones muy mediocres y rígidas y otras que por querer explotar lo grotesco terminan transformándose en sobreactuaciones poco creíbles.

De todos modos el producto final resulta altamente grato, no es sólo una comedia musical light que aborda los aires de fama de una chica de pueblo, también cuestiona la influencia alienante que tiene cierto discurso religioso sobre la subjetividad de sus creyentes; y viene como anillo al dedo en estos tiempos de debates morales, éticos e ideológicos. Además se burla, desde una mirada crítica, de la función de algunos medios de comunicación, quienes actúan como aves de rapiña, ante la desesperación de los más indefensos.

Se trata de un largometraje con una bella estética pop, por momentos disparatado y hasta un tanto bizarro, aunque eso no quita que pueda ser disfrutado por una amplia franja etaria, ya que mientras va entreteniendo entre bonitas canciones, recuerdos colectivos, risas y situaciones absurdas deja el claro mensaje de respeto y aceptación ante las elecciones y deseos del semejante.