Miss Tacuarembó

Crítica de Diego Lerer - Clarín

La vida es sueño

Natalia Oreiro en un musical pop e irreverente.

En tiempos de éxito de series como Glee (de culto aquí, masiva en los Estados Unidos), un musical irreverente como Miss Tacuarembó debería ser una apuesta segura. Pero no lo es, acaso porque el público local, en especial el de vacaciones de invierno, busca entretenimientos más fácilmente clasificables. Digámoslo de otra manera: de parecerse más a High School Musical , pero con Natalia Oreiro, estaríamos hablando de un exitazo. Pero ni Oreiro ni Martín Sastre (director), ni Dani Umpi (escritor) querían hacer algo así. Que la película se venda de esa manera es problema de otros.

Miss Tacuarembó cuenta la historia de Natalia (Oreiro de grande, Sofía Silvera, de niña), una chica de un pequeño pueblo que sueña con salir y triunfar como estrella, empezando por ganar el concurso del título. Talentosa pero loser , con su amigo Carlos (Diego Reinhold), irán tras ese sueño que deparará más frustraciones que otra cosa.

A la vez, la vemos treintañera, aún buscando la fama que la elude y trabajando en un parque de diversiones de temática cristiana e intentando entrar al mundo del espectáculo. De alguna manera, esta Natalia sueña con ser la verdadera, y ese juego de referencias le da una gracia extra a la película.

Pese a algunos baches narrativos –no es fácil manejarse con tiempos paralelos, realismo, fantasía, música, coreografías-, el filme combina muy bien nostalgia con irreverencia, inocencia con picardía, ironía y acidez, con una ternura pop que la hacen, por momentos, irresistible.

Con los primeros ‘80 como referencia, la película alude a íconos de la época como Flashdance , la telenovela Cristal o Los Parchís, y las canciones de Ale Sergi (de Miranda!) apuntan hacia esa zona que, al menos los de treintaypico, guardan en algún lugar de la memoria.

Apariciones almodovarianas como las de Rossy de Palma, de la realeza del cine local (Graciela Borges) y un rol clave y zarpado de Mike Amigorena se juntan con una Oreiro en un papel doble en una película acaso ambiciosa en demasía, pero a la que se le pueden perdonar esos excesos en función del espíritu festivo y livianamente irreverente con el que está hecha.