Miss Peregrine y los niños peculiares

Crítica de Ignacio Andrés Amarillo - El Litoral

Fuera del mundo

Tim Burton tiene la particularidad de hacer propios proyectos de formato más comercial, o donde se hace cargo de historias ajenas. Quizás las dos cintas que realizó sobre Batman hayan sido suficientes para afirmarlo, allá lejos y hace tiempo. Pero el cineasta fue expandiendo su universo estético y temático, con las recurrencias del caso. Y en Miss Peregrine y los niños peculiares vuelve a insistir, empatizando con algunos aspectos de la novela de Ransom Riggs, con los cambios del caso (Jane Goldman fue la encargada del guión).
Porque si bien está ese espíritu de literatura juvenil a lo “Harry Potter” (alguno dirá que muggles vs. magia es un poco burtoniano), también podemos encontrar tópicos que nos resultarán familiares de trabajos anteriores como “Un gran pez” (que se basaba en una novela de Daniel Wallace, aunque para todos sea Burton en estado puro), “Charlie y la fábrica de chocolate” y “Alicia en el país de las maravillas” (el buen Tim ameritaría tener un “Peter Pan” en su filmografía, ¿no?) y hasta “El joven manos de tijera” (también hace mucho, parece mentira).
Algunos de estos temas son: la contraposición del mundo de los niños con el de los adultos (pero con una definición de lo infantil que no es la habitual), del terreno de la fantasía (con cierto sabor gótico, casi siempre) y el mundo cotidiano (y la falta de crédito a los relatos sobre ese mundo), de espacios imperecederos contra el paso del tiempo, que incluye el despertar amoroso y el devenir del niño en adulto.
Y vinculado a eso, cierto elemento de romanticismo decimonónico, de la “amada inmortal” rubia, pura, con vestidos claros: la escena de Winona Ryder como Kim, bailando bajo la nevisca en “El joven manos de tijera” está en la historia de la poesía cinematográfica, y la toma congelada de Alison Lohman como Sandra en “Un gran pez”, con los pochoclos en el aire, también forma parte de nuestro acervo cultural. En la cinta que nos ocupa, lograr esto llevó a un intercambio de poderes, para que la heroína sea etérea y celestial.
Viejos cuentos
Pero para llegar ahí tendríamos que contar un poco el argumento. La historia arranca en Florida, en el lugar menos mágico del mundo, al menos en lo que respecta a sobrenaturalidades (el “Sunshine State” tiene sus propia magia, dirán algunos). Allí vive Jake, prototipo de adolescente looser como Daniel-san. Su padre es un señor buenazo pero medio pavo, que dedica su vida al estudio de las aves, tema sobre el que nunca termina un libro, casado con una señora también muy terrenal (prototipo de la familia muggle, dirían los fans de Harry Potter). El personaje diferente es su abuelo Abe, veterano de la Segunda Guerra con el que tiene una relación especial: el anciano lo cuidó muchas noches, en las que le contó historias fantásticas de un hogar para niños especiales en el que vivió, y del que se fue cuando entró al Ejército. Historias que con el tiempo y los comentarios ajenos Jake fue desestimando.
Pero todo cambia con una llamada desesperada de Abe, y cuando el nieto va al rescate, lo encuentra agonizante y sin ojos; en sus últimas palabras, alcanza a decirle de una postal y un pájaro. La postal es de una isla en Gales, donde estaba el hogar, y la terapeuta a la que sus padres lo envían para tratar el dolor apoya su idea de ir con su padre a conocer aquellas tierras. Para su desazón, el hogar fue destruido por un bombardeo alemán en la guerra, pero pronto Jake descubrirá en qué forma se han mantenido a salvo sus habitantes: su directora, Miss Alma Peregrine, es una ymbryne, una “peculiar” con el poder de crear bucles temporales, perpetuando un día para siempre.
Jake conocerá así a los niños peculiares, algunos pequeños y otros adolescentes, intactos como en tiempos de su abuelo, mientras afuera el mundo siguió su curso (“Hook”, de Steven Spielberg, exploraba eso en el mundo de Peter Pan). Eso incluye a Emma Bloom, una chica más ligera que el aire, retenida por pesados zapatos; ahí vino el cambiazo: en la novela, Emma es piroquinética y aquí rota los poderes con Olive, quizás porque esa sutileza da más con el perfil de amada burtoniana. El muchacho descubre que alguna vez hubo un interés entre su abuelo y Emma, y sin quererlo empieza a tomar el lugar de Abe.
Contamos todo esto a manera introductoria, porque no es más que el comienzo: el nudo de la historia tiene que ver con el peligro que acecha a los peculiares, su vínculo con la muerte de Abe y el destino al que está llamado Jake, empezando por descubrir cuál es su peculiaridad. Pero de eso sí no vamos a contar mucho.
Universo propio
La puesta visual se apoya en el diseño de producción Gavin Bocquet, acostumbrado a trabajar en producciones grandes, con grandes equipos de dirección de arte y varios estudios de efectos especiales. También en la fotografía de Bruno Delbonnel, que salió de Europa de la mano de “Amelie” y ya trabajó un par de veces con Burton: él termina de delimitar los espacios entre el soleado hogar estadounidense y la isla galesa con su aura de nubes y misterio. Y por supuesto en el diseño de vestuario de la ya mítica Coleen Atwood, una de las colaboradoras más antiguas del realizador, conocedora de todos sus yeites estéticos.
Para la ocasión, Burton ha convocado un elenco prestigioso y adecuado al objetivo, sin recurrir a sus fetiches actores (no están ni Johnny Depp ni su esposa Helena Bonham Carter). Así convocó al eficaz Asa Butterfield (revelación de “La invención de Hugo Cabret” junto a Chloë Grace Moretz, estrenado como adolescente en “El juego de Ender”) para que se haga cargo del rol protagónico.
Junto a él aparece Eva Green como Miss Peregrine: en su primer papel de “mujer adulta” (no es aquí sujeto erótico, ni la desnudan) ejerce una presencia fuerte y maternal a la vez, sin dejar de ser intrínsecamente bonita. El papel romántico lo ocupa Ella Purnell, una promisoria y cachetona muchacha, a la que vimos como la Maléfica niña, y aquí ejerce de casta heroína. Tendríamos que sumar a este lote a Chris O’Dowd, un Franklin Portman (padre de Jake) querible pero un poco pelmazo, y por supuesto a Samuel L. Jackson, que se divierte como Barron, un villano tan temible como cargado de elementos de comedia.
Segundos adentro
Entre los secundarios tenemos grandes nombres, como el veterano Terence Stamp (a los 78 se lo ve muy lozano) en el rol de Abe, con su característica voz rasposa y su mirada penetrante de galán. Tan de taquito lo suyo como lo de Dame Judi Dench en el rol de Miss Avocet, otra ymbryne, y la aparición de Allison Janney como una terapeuta con secretos. Sobre Rupert Everett poco agregaremos, ya que lo suyo apenas pasa de cameo.
Los que conquistan al espectador son los niños peculiares, a varios de los cuales queremos seguir viendo en la pantalla: Finlay MacMillan (Enoch, el amo de marionetas), la interesante Lauren McCrostie (la piroquinética Olive), Hayden Keeler-Stone (Horace, el que proyecta sueños), Georgia Pemberton (Fiona, la que controla la vegetación), Milo Parker (Hugh, el chico de las abejas), Raffiella Chapman (Claire, la del “secretito” en la nuca), la querible Pixie Davies (Bronwyn, la pequeña fortachona), Cameron King (el invisible Millard, una presencia en la ausencia) y Joseph y Thomas Odwell (los silenciosos y encapuchados mellizos).
De la novela hay secuela... así que quizás a estos “raritos” simpáticos les queden algunas aventuras por vivir.