Miss Peregrine y los niños peculiares

Crítica de Diego Serlin - Todo lo ve

Con todos los sellos distintivos de Tim Burton, tanto estéticos como en sus excéntricos personajes y dosis de humor negro, “Miss Peregrine y los niños peculiares” recupera parte de sus esencias y ese universo insólito tan maravillosamente naif como despiadado.

Tim Burton adapta la popular novela juvenil “Miss Peregrine y los niños peculiares”, de Ransom Rigg, una enigmática historia sobre niños extraordinarios y monstruos oscuros inspirada originariamente en unas auténticas e inquietantes fotos antiguas retocadas, y le agrega su maravilloso universo de ocurrencias visuales y la oscuridad característica a esos peculiares personajes naif tan tiernos como despiadados.

Jacob Portman -Asa Butterfield- es un joven de 16 años que tiene un vinculo especial con su abuelo, pero ante la inesperada y extraña muerte del anciano, una misteriosa carta lo empuja a emprender un viaje hacia una isla remota de Gales para buscar el orfanato donde su abuelo se crió y descubrir si todas esas historias que había oído de niño fueron reales. Allí, Jacob encuentra las ruinas de un inusual orfanato donde hace muchos años vivían niños y adolescentes con habilidades especiales heredadas -llamadas aquí “peculiaridades”- bajo los cuidados de Miss Peregrine, pero que fue destruido por un bombardeo. Pero Jacob descubre en este lugar mágico que los niños están vivos, en una suerte de burbuja temporal, viviendo el mismo día una y otra vez específicamente el 3 de septiembre de 1943, en plena Segunda Guerra Mundial. Mientras conoce los dones especiales de esos niños también descubrirá su propia "peculiaridad", y se vera envuelto en una aventura para ayudarlos a escapar de unas horribles criaturas que amenazan con destruirlos.

Un mundo que se desenvuelve entre lo real y lo sobrenatural, con las señas distintivas del director en términos de estilo, estética y personajes que nos remonta a sus mejores títulos, como El joven manos de tijera -en las figuras podadas del jardín y el suburbio de clase media-, El Extraño mundo de Jack -la delgada, alta y estilizada figura emulada esta vez en la forma de monstruos huecos- y El gran pez -del cual toma los recuerdos idealizados e historias con características fantásticas transmitidas de una generación a otra, que pueden o no ser verdad, producto de la necesidad del personaje de disfrazar un pasado horroroso, así como la búsqueda de identidad-. Pero también amplía el abanico de referencias visuales, al menos en su primera parte, con una pizca de X-Men: Primera generación -Jane Goldman, guionista de aquella en 2011, no fue elegida al azar-, ecos de Hechizo del tiempo -en cuanto a la repetición del día-, El espinazo del diablo, de Guillermo del Toro -con ese plano espeluznante de la bomba cayendo sobre un orfanato- y hasta un ejército de esqueletos en una batalla que rinde tributo a Ray Harryhausen.

Tras un inquietante comienzo, en el que no faltan los bosques con sombras y follajes que adoptan siluetas y una mansión estilo gótico en una misteriosa isla, el relato ira develando a estos niños y adolescentes increíblemente extraños forzados a revivir el mismo día por décadas sin que su cuerpo se altere. Universo de criaturas en el que Jake -gran interpretación de Asa Butterfield, el Hugo de Scorsese- deberá encontrar su destino junto a una niña capaz de hacer crecer plantas, un pequeño cuyo ojo funciona como un proyector de cine que proyecta sueños premonitorios, otro niño invisible, un joven capaz de dotar de vida a objetos inanimados injertándoles un corazón y una adolescente cuyo poder radica en manipular el aire, entre otros.

Eva Green como Miss Peregrine y Terence Stamp como el abuelo Abe, aportan grandes actuaciones, a pesar de lo breve de sus participaciones, y Samuel L. Jackson es el caricaturesco villano Dr. Barron -mezcla de zombi con el Doctor Frankenstein y Bitelchús- que debe convertirse en psiquiatra y otros personajes para intentar su maléfico objetivo.

En su segunda mitad los efectos especiales, que sobretodo rinden pleitesía al stop-motion, se imponen a los clímax y ritmos de misterio generado hasta entonces y dan lugar al esplendor visual, la aventura y acción de sus protagonistas, con un toque de humor dado por el personaje de Samuel L. Jackson y la necesaria mezcla de angustia y romance adolescente presente en la novela original.

A pesar de lo atractivo y dinámico de los bucles temporales, la trama se olvida de anudar algún que otro cabo suelto -En algún momento se menciona que los peculiares no pueden regresar a la línea de tiempo real porque sus cuerpos envejecerían, sin embargo, en el desarrollo de la trama lo hacen más de una vez sin efecto alguno-, tampoco retoma la figura del padre sobre el final y el destino de Jake podría interpretarse de dos maneras diferentes, par dar pie a una hipotética secuela.

Hay que destacar la impecable fotografía de Bruno Delbonel -Amélie-, el siempre destacado vestuario de Colleen Atwood -en su enésima colaboración con Burton-, y el detallado diseño de producción de Gavin Bocquet -Episodios I, II y III de Star Wars-.

Miss Peregrine y los niños peculiares permite degustar nuevamente del fantástico y maravilloso universo de Tim Burton, con la extravagancia de sus personajes y el poderío visual de sus imágenes que mantienen al espectador con el ritmo y tensión de principio a fin, aunque hay que reconocer que estos nuevos personajes no alcanzan la fuerza poética y la melancolía que emanaba de los excéntricos y transgresores Edward, Ed Wood o Jack Skellington, por nombrar algunos de los que trascendieron.

La idea de unos niños excéntricos con poderes especiales atrapados en una burbuja temporal recurrente, que les asegura la juventud eterna pero los incapacita para crecer y desarrollarse internamente, combinada con las paradojas temporales resultaba poderosísima en manos de Burton, quizá, para una especie de versión enfermiza de La familia Addams combinada con alguna Hostel, algo que por ahora seguirá siendo mi deseo para futuras realizaciones del director.