Miss Peregrine y los niños peculiares

Crítica de A. Degrossi - Cine & Medios

Por la vuelta.

Luego de varios tropiezos regresa Tim Burton con un filme en el que puede dar rienda suelta a su estilo, sin grandilocuencia ni sobreactuación alguna. Los relatos del estadounidense Ransom Riggs son ideales para que Burton nos presente muchos de los tópico habituales en sus películas.
El joven Jake (Asa Butterfield) ha crecido con los cuentos que su abuelo Abe (Terence Stamp) le relataba antes de dormir. Esas historias tenían como protagonistas a niños de extrañas características; una chica que puede flotar como un globo, otra capaz de incendiar objetos con solo tocarlos, un niño invisible, y otros no menos peculiares. Todos estaban bajo el cuidado de una misteriosa y distinguida mujer que fumaba en pipa. Tras un traumático acontecimiento Jake descubre que aquellas fantásticas historias son muy reales y que él mismo pasa a formar parte de la mayor aventura que haya vivido.
El relato debe lidiar con paradojas temporales, dado que Miss Peregrine y sus niños viven dentro de un bucle temporal -siempre en el 3 de septiembre de 1943-, y eso siempre presenta un desafío para quien decida contar una historia con tal característica. Burton sortea la cuestión sin mucha prolijidad y hasta puede que a alguno no le cierre del todo tanto ida y vuelta en el tiempo. En lo que sí se luce es en la presentación de cada personaje, todo bajo una dirección artística más que destacable y lejos de la pomposidad impostada de las olvidables "Dark Shadows" o "Alice in Wonderland". Muy pronto empatizamos y adoptamos a estas peculiares criaturas y nos sumamos a su aventura, ese es el gran logro de Burton.
Si este trabajo del director de "Ed Wood" funciona es porque, entre otras cosas, se ha concentrado en contar bien el cuentito sin distraerse con protagonistas megalómanos -un Johnny Depp, por ejemplo- que suelen distraer y hasta opacar cualquier esfuerzo.
Sí, está entre el día de la marmota y los X-men, no destila originalidad pero gana en estilo y sensibilidad, esa que Burton es capaz de impregnar en sus obras cuando no se distrae, como le pasó en los últimos años.