Misión secreta

Crítica de Ramiro Ortiz - La Voz del Interior

El alumno supera al maestro

“Misión secreta” fisgonea en el día a día del espionaje y contribuye a alimentar el mito de los agentes de la CIA y el FBI. Y nada más.

La inteligencia, la convicción, la prudencia, la sensatez, la sagacidad, el coraje, el misterio, el atractivo físico, son algunas de las cualidades que se asocian a los hombres o mujeres dedicados al espionaje. El cine ha contribuido a alimentar ese mito y se sirve también de él. Por eso Misión secreta tiene un magnetismo de base que ilusiona. Las conversaciones entre agentes de la CIA y el FBI de elevado coeficiente, a las que el espectador puede asomarse como un testigo privilegiado, son parte de ese juego. La posibilidad de fisgonear al minuto los movimientos de uno de esos sujetos, tal vez el más preparado de todos, en el paso a paso de sus días, para saber cómo vive, adónde va, qué hace, también. Y habría más ejemplos.

Entonces, partiendo de ese principio, esta es una propuesta interesante para cierto tipo de público, siempre y cuando tenga en cuenta que no se dará con muchos lujos cinematográficamente hablando.

La historia es relativamente sencilla. Una serie de enredos mortales, entre espías de hoy formados durante la Guerra Fría, en la cual corren peligro la vida de un joven agente y su familia.

Misión secreta es un filme con errores muy notorios en su lógica narrativa, un puñado de situaciones confusas o mal desplegadas y momentos poco creíbles (como la visita al espía ruso encarcelado) que, aun así, nunca llega a naufragar. En términos boxísticos, es como esos peleadores de medio pelo que van al frente y dan y reciben hasta el final, regalándoles a los fanáticos buenas dosis de imprevisibilidad y de entrega, dos bienes muy valorados en cualquier espectáculo.

Este largometraje dirigido por Michael Brandt, con sus falencias y todo, se las arregla para construir algún suspenso, y para tomar varios giros sorpresivos, lo cual junto con un buen andamiaje técnico termina haciéndole llegar hasta el round final de pie y con una entereza al menos digna.