Misión rescate

Crítica de Elena Marina D'Aquila - Cinemarama

El talentoso Sr. Ridley

Cuando parecía que al director de Alien y Blade Runner se le habían acabado las ideas, su regreso al género que lo consagró hace más de dos décadas vuelve a posicionarlo como uno de los maestros del cine. Desde su última gran película, Gángster americano en 2007, el británico parecía haberse perdido en historias que exhibían una alarmante pobreza narrativa, y que pretendían contar cosas importantes, más grandes que la vida. Mamotretos grandilocuentes como Robin Hood, Éxodo: Dioses y reyes y El abogado del crimen, una canchereada a lo Guy Ritchie que coqueteaba con el explotaition pero terminaba volviéndose solemne y tediosa. Cosas serias, graves, espectaculares (aunque sin ningún sentido de la espectacularidad), carentes de humor y simplemente ridículas. Scott parecía haber abandonado para siempre el planeta de la verosimilitud hasta que llegó Misión rescate para salvarlo de convertirse en uno de esos directores a los que preferimos perderles el rastro y traerlo de vuelta a su hogar: el cine clásico. La película vuelve a poner en vigencia algunos de los valores de esa tradición: la inteligencia, la valentía, el profesionalismo, la solidaridad y sobre todo el optimismo, serán necesarios para sobrevivir cuando todo se vuelva en contra del botánico e ingeniero mecánico a varios millones de kilómetros de la Tierra. Para lograr su objetivo, el astronauta debe recurrir a la ciencia como único recurso para lograr que crezca comida en un lugar donde no abunda el oxígeno, reparar viejos artefactos espaciales para poder comunicarse con la Tierra y racionar sus alimentos mientras espera ser rescatado con música disco de fondo. Matt Damon se pone el traje del agricultor convertido en pirata espacial y, ya sea a través de un monólogo a modo de bitácora frente a una computadora o comunicándose a distancia a través de un chat, se impone como el corazón de la película dentro y fuera de la órbita marciana durante ciento cuarenta y dos minutos. Hay momentos en los que los personajes dicen en voz alta lo que están escribiendo en un chat, algo que quizás, en manos de cualquier otro director, podría haber resultadoinverosímil, redundante y hasta ridículo, pero Scott, Goddard y el dream team de actores logran sacar lo mejor de ese recurso para traducirlo en escenas creíbles, humanas y genuinamente emocionantes. Si bien la novela de Andy Weir en la que se basa la película es, además de verosímil, supuestamente correcta en términos científicos, se sabe que en el cine no se trata de que algo sea verdadero o de contar con un respaldo académico para que una película sea más o menos válida. Todo se resume en que podamos identificarnos con esas criaturas y con lo que les pasa. Una buena parte de lo que sostiene Misión rescate es su notable elenco. Un equipo de profesionales hawksianos regidos por un gran sentido de la responsabilidad y de la ética profesional ante todo. Actores que, lejos de taparse unos a otros, se asocian y se combinan de la mejor forma para lucirse como un todo armónico en pos del amor hacia el cine.

Otra de las grandes virtudes de la película consiste en oponerse diametralmente a la idea de cine que proponían Nolan con Interestelar y Cuarón con Gravedad. En Misión rescate no hay dilemas filosóficos berretas, planteos metafísicos rimbombantes, alegorías ni vueltas de tuerca rebuscadas; a base de puro cine, ingenio y humor negro, se utiliza el sarcasmo como vehículo para medir las emociones y también las reacciones, como cuando en la Tierra, y luego en el espacio, se descubre que Watney sigue con vida. En este sentido, la de Scott se acerca más a una de Marvel que a sus hermanas del género, no solo porque destruye en una sola escena (en la que Matt Damon utiliza un crucifijo para hacer fuego) a las últimas películas de Nolan y Cuarón, sino porque, a diferencia de ellas, aquí lo complejo está dado por la sencillez con la que director y guionista cuentan una historia, y no por una aparente complejidad de la trama. Con Misión rescate, Scott recobra finalmente el sentido de la espectacularidad pero a escala humana. El tiempo dirá si su mejor película llegará a convertirse en un clásico del género como lo hicieron Alien y Blade Runner, pero no hay dudas de que tiene todo para serlo. Mientras tanto, bailemos al ritmo de Starman hasta que llegue el eureka.