Misión Imposible - Repercusión

Crítica de Emiliano Fernández - Metacultura

Tráfico de influencias

Dentro del rubro de las franquicias recientes de Hollywood, la verdad es que la saga de Misión Imposible (Mission Impossible) ha sabido mantener un buen nivel de calidad por la decisión de Tom Cruise, estrella central y productor desde el inicio, de combinar secuencias de acción a todo trapo con historias/ pretextos de marcado corte clasicista en lo que al ámbito de las películas y series de espionaje se refiere. Por supuesto que de todas formas la andanada de films tuvo sus idas y vueltas: la primera propuesta de Brian De Palma de 1996 estuvo bastante bien, la segunda del 2000 cayó unos cuantos escalones debajo por el agotamiento de recursos de John Woo como la cámara lenta y las hipérboles, la tercera de 2006 continúa siendo la mejor del lote en su conjunto con un J.J. Abrams muy inspirado y a pura adrenalina, y finalmente la cuarta de 2011 y la quinta de 2015 por su parte siguieron el camino de la anterior, con la cuarta en especial abriéndose paso como la más interesante.

Así llegamos a la sexta entrega de la saga, con Christopher McQuarrie reincidiendo en su doble rol de director y guionista, el señor responsable del eslabón previo y de las geniales Los Sospechosos de Siempre (The Usual Suspects, 1995) y Al Calor de las Armas (The Way of the Gun, 2000): aquí vuelve a ofrecer un producto eficaz, muy pulido y hasta en cierto punto crítico para con el accionar de las mugrosas agencias de inteligencia de nuestros días, una vez más dando a entender que están mucho más interesadas en disputas internas y matar a los enemigos/ ovejas descarriadas del orden mundial capitalista que en salvar vidas administrando “información sensible” y los juguetes tecnológicos del caso, algo en lo que se especializan Ethan Hunt (Cruise) y su equipo, a esta altura del partido unos artesanos higiénicos que -parafernalia mainstream mediante- prefieren la astucia, los engaños y las decisiones osadas antes que la “estrategia” de los gobiernos actuales de asesinarlos a todos.

La excusa de fondo se reduce a tres esferas de plutonio enriquecido destinadas a armar tres bombas nucleares, las cuales el protagonista pierde en la primera escena y así desencadena los sucesivos intentos en pos de recobrarlas con el objetivo de que el asunto no derive en una catástrofe a expensas de un reaparecido Solomon Lane (Sean Harris), ese “anarquista” que quiere poner en crisis a los estados del Primer Mundo mediante una masacre imposible de ocultar. Las megasecuencias reglamentarias infaltables de todo blockbuster que se precie de tal hoy transcurren en París, Londres y Cachemira y hay que reconocer que son tan inverosímiles y ridículas como entretenidas y apasionantes, prueba de que el producto cuenta con el sello de calidad del Cruise más pirotécnico, virtuoso y demencial (sabiendo que el actor -a pesar de su edad, 56 años- continúa haciendo gran parte de sus stunts, por momentos duele un poco verlo, amén de que de hecho se fracturó un tobillo en el rodaje).

El realizador mantiene permanentemente un pulso narrativo enérgico, logrando que los 147 minutos no resulten excesivos, y sabe cómo hilvanar las intrigas a partir de recursos tradicionales del género como la mascarada, las traiciones, los intermediarios, el doble agente, la redención y el anhelo de “salirse” del juego de las mentiras para llevar una vida un poco más normal, hasta incorporando a un villano interno que representa al ala derecha de la CIA, el sicario August Walker (Henry Cavill), a quien por supuesto se opone un Hunt mucho más moderado y acompañado de sus colaboradores habituales Luther (Ving Rhames) y Benji (Simon Pegg). Aquí por suerte no se le da demasiada bolilla al interés romántico femenino y si bien reaparecen señoritas del pasado, ese sustrato a la James Bond se esfuma para dejar lugar a la potencia de las escenas vertiginosas y el carisma de Cruise con un trasfondo clasicista que no quiere sonar canchero o adolescente ni tira una catarata de chistes estúpidos ni se vuelve horriblemente reaccionario a nivel político, como por ejemplo los bodrios de superhéroes o la porquería del cine familiar hollywoodense de hoy en día. Misión Imposible: Repercusión (Mission Impossible: Fallout, 2018) nos regala un pasatismo fastuoso ameno que se digna en subrayar que la paranoia domina el tráfico de influencias internacionales y que las operaciones encubiertas aún son moneda corriente…