Misión Imposible 5: Nación Secreta

Crítica de Ignacio Andrés Amarillo - El Litoral

Espías en guerra

Vivimos un tiempo de renacimiento de los espías: James Bond se reinventó en la piel de Daniel Craig; Jack Ryan se independizó de las novelas de Tom Clancy; Pierce Brosnan, Kevin Costner y Sean Penn interpretaron recientemente a veteranos ex operativos; y Guy Ritchie promete relanzar “El agente de Cipol”. Hace poco más de una década, el Jack Bauer de Kiefer Sutherland en “24” horrorizaba a unos cuantos con sus métodos, pero al menos se ensuciaba las manos en los tiempos en que los burócratas tecnológicos manejaban la cosa desde sus pantallas. Pero Kathryn Bigelow ya nos contó en “La hora más oscura” cómo la parra de Osama Bin Laden podía burlar a los analistas y sus satélites.

En las sombras

La franquicia de “Misión: Imposible”, en su andadura cinematográfica, busca aunar la tecnología de punta con el desempeño sobrehumano del agente Ethan Hunt, encarnado por un infatigable Thomas Cruise Mapother IV (a los 53 sigue haciendo sus propias escenas de riesgo). La escena precréditos, ya es una muestra de ese estilo.

Después vienen los créditos, con la compradora música de Lalo Schiffrin, y vemos que el China Movie Channel participa en la producción: “¿Cómo se armará la geopolítica en esta peli?”, se pregunta el espectador. Porque la clave de toda cinta de espías es: ¿Quién es el enemigo? Bueno, acá el guión del también director Christopher McQuarrie (coescrito con Drew Pearce) elige a otros espías como rivales. Se trata del Sindicato, una organización que recluta ex agentes para imponer su propia agenda: algo a medio camino entre la sociedad secreta de “La suma de todos los miedos” y la sección díscola de la inteligencia sueca en la trilogía “Millennium”.

Ésa es la “nación secreta” del título (en inglés rogue puede entenderse como delictiva y a la vez que va por la suya propia). De yapa, la Fuerza Misión Imposible es disuelta, así que Hunt y sus amigotes deben pasar a la clandestinidad también.

Imparables

A ese cóctel, McQuarrie le mete algunos condimentos para hacer el chimichurri justo para un filme de acción: operativos de “casi morirse”; persecuciones en auto o moto dignas de “El transportador” o “Rápido y furioso”; gadgets tecnológicos que Bond envidiaría; y una especie de chica Bond, una agente británica de lealtades múltiples y belleza inhabitual (interpretada por Rebecca Ferguson) que acostumbra huir o pelear descalza, y nos deja con ganas de más en el plano romántico (ahí sí 007 no hubiese fallado). El cinéfilo sonreirá al saber que se llama Ilsa Faust, especialmente cuando la acción pase por Casablanca.

Las dosis de acción e información están bien puestas, como para comerse las uñas y no darse cuenta de que el cuentito dura más de dos horas de un incesante “Carmen Sandiego” (uf, qué viejos que estamos). Un acerito es la gran secuencia en la Ópera de Viena, con un montaje de “Turandot” de Giacomo Puccini, y otro es que el score de Joe Kraemer retome el tema del “Nessun dorma” en otros momentos.

Hay equipo

El resto del elenco acompaña bastante bien: Jeremy Renner es de los que te convencen un día de que desarman bombas en Irak y al siguiente de ser un Vengador, así que su ejecutivo William Brandt funciona. Simon Pegg mueve su cibernético Benji Dunn entre la tensión y la descompresión cómica. Luther Stickell es el hosco del grupo, así que Ving Rhames le pone lo justo y necesario a su personaje. A Sean Harris no le sobra ni le falta como Solomon Lane, némesis de Ethan. Y Alec Baldwin encarna cómodamente uno de sus papeles habituales, el del jefe odioso pero con mañas de comediante: en este caso, el director de la CIA Alan Hunley.

Las fichas se acomodan como siempre y la Fuerza Misión Imposible vivirá para luchar un día más... a ver si se acomoda el mundo.