Misión Imposible 4: Protocolo Fantasma

Crítica de Ramiro Ortiz - La Voz del Interior

La mecha sigue encendida

Se pueden repetir los ingredientes, pero un mismo plato cocinado dos veces raramente tendrá el mismo gusto. Misión imposible 4 no es la mejor de las cuatro entregas de la saga, como anunciaban con picardía algunas publicaciones especializadas, pero está bien. La famosa mecha que se consume, ícono de la serie de espías musicalizada por el argentino Lalo Schifrin, sigue encendida.

Si algún interesado echó a correr el rumor de que debíamos prepararnos para ver una superación dentro de la franquicia, tal vez estaba abriendo el paraguas, para amortiguar un posible decaimiento. En la misma película se habla al menos dos veces de la distorsión de la realidad que suelen montar los medios masivos: una, cuando la TV rusa describe como una explosión de tuberías de gas un atentado contra el Kremlin; la otra, cuando los informativos norteamericanos usan la palabra meteorito para describir un misil. Por qué no pensar entonces que la propagación de los supuestos buenas comentarios surgidos de los países donde Misión imposible 4 se fue estrenando, según el calendario, se manipula a fin de crear expectativa en los siguientes mercados.

El filme está sembrado de escenas de acción y vértigo, pases de comedia y un gran despliegue de delicias tecnológicas. Tal vez, esos sean los tres pilares más sólidos en los que se apoya mientras que el cuarto, el guión, es probablemente el más flojo de todos. El argumento (hay que detener a un terrorista que quiere iniciar una guerra nuclear) no logra volverse atractivo en su desarrollo. De a ratos, parece que se deshilachara, sobre todo cuando los giros y las sorpresas no surten tanto efecto, o cuando se desvía, por ejemplo, al hablar del pasado o de las situaciones emocionales de los protagonistas, que están menos logradas que las que suelen encontrarse en estos productos.

Quizá uno de los mejores pasajes del largometraje sea el que transcurre en el interior y contra los ventanales de la torre Burj Khalifa de Dubai. En este fragmento, de unos cuantos minutos, los agentes norteamericanos fraguan una cita melliza de negocios para robar los códigos de activación de un misil nuclear, mientras Tom Cruise camina como una araña por el perfil del rascacielos, en una escena para que la que no aceptó ser reemplazado por dobles.

Las secuencias finales, que conducen hacia el clímax y el desenlace, también funcionan. En esta etapa, el espectador ya ha pasado por Hungría, Rusia y Dubai, en ese espectacular despliegue de escenarios que caracteriza a estas superproducciones, y se encuentra en Bombay, India, para ver una de esas clásicas pero siempre efectivas escenas de suspenso que comienza con espías diseminados en una fiesta de lujo y en las tuberías de esa fiesta, y termina en un nuevo salvataje del mundo de esos que ocurren todo el tiempo mientras las personas comunes nos dedicamos distraídamente a las tareas cotidianas.