Misántropo

Crítica de Juan Samaja - CineFreaks

El país que no se mira.

El relato está enmarcado en ese estilo clásico en el que Szifrón sabe moverse como un experto. Confieso que tuve al principio algunas sensaciones encontradas mientras iba visionando la película; quizás demasiado expectante de esta nueva película del director, esperaba yo una impronta szifroniana demasiado explícita, quizás demasiado didáctica. Pero rápidamente me fui acomodando a esta otra propuesta que tiene su singular personalidad.

Mientras pasaban los minutos empecé a pensar algo que después resultó evidente, pero que no lo fue desde el inicio: no se trataba de una película argentina, filmada por un director argentino, realizada en el exterior y con actores extranjeros. La película es un producto propio de la cultura norteamericana, pero no una película más de Hollywood, una muy buena película de Hollywood. Y creo que ése es el mérito de Szifrón. El valor de la película no pretende jugarse en la argentinización del policial, sino el de poder integrarse a ese linaje del gran relato policial norteamericano.

Esto no significa que esté ausente la mirada personal por parte del director, que no se cuele en ninguna medida una perspectiva extraña en ese mundo de la diégesis. Dos momentos revelan, a mi entender, esa singularidad, esa ajenidad respecto de la cultura desde la cual se filma… como si dijéramos donde se deschava el “acento” del director. La tematización de los desechos cristalizada en la escena del basural, y el diseño simétrico de la heroína y el asesino.

El basural: el país que no se mira

Es un momento fugaz, pero de gran impacto. Sucede cuando el equipo va a buscar una camisa que el asesino ha arrojado en el tacho de basura de un centro de compras. Lo que me resulta impactante de la escena no es sólo lo que muestra, sino cómo elige mostrarlo. Lo que sugiere con su perspectiva.

La escena es mínima, pero significativa. Eleanor y su compañero llegan hasta el depósito municipal de residuos; allí los recibe un empleado, quien con poco entusiasmo y ningún espíritu de heroicidad les indica la montaña de basura para que busquen. Eleanor pregunta, ingenuamente, cómo y dónde tienen separados los residuos (ya que seguramente eso habría facilitado la búsqueda de la prenda), a lo que el empleado responde, sin inmutarse, que tiran todos los residuos juntos, sin separarlos, dando a entender que el reciclaje, el tratamiento racional de los residuos es inexistente en el proceso de producción real. Los residuos no son tratados, simplemente se tiran, se amontonan, se abandonan. Y como remate final de la escena, el plano del océano de basura, contundente, que inunda todo de un modo ominoso.

La escena propone una metáfora del argumento. Una sociedad es también lo que desecha, el modo en que trata a sus seres desechados. Lo que se desecha, se abandona, y para justificar el destrato, para olvidar que la toxicidad del elemento está en la forma en que se lo ha [des]tratado, no en sí mismo, se construye en torno a ese elemento un relato. Se hace de la materia un enemigo sin origen. Se criminaliza aquello que se expulsa.

Entendiendo a la criatura

El otro aspecto interesante del film es la simetría y la empatía entre la oficial Falco y el asesino. El agente especial Lammark, advierte en una respuesta de Eleanor algo que le llama la atención; ella entiende al asesino, por algún motivo piensa como él. Y en ese momento hace un comentario que pasa por ser una broma, pero tiene –como toda broma en el fondo- un trasfondo de verdad que no puede salir a la luz más que en la forma de un chiste: luego de invitarla a formar parte de su equipo de elite, Lammark justifica su decisión, ante el desconcierto de Eleanor, diciéndole que es importante para él tener en el equipo alguien que piensa como el asesino (que piensa diferente), pero, porque piensa como el asesino, porque entiende su modus operandi, es también importante sumarla al equipo porque de ese modo liberar las calles de una persona que es tan parecida al asesino.

De las pocas cosas que sabemos del personaje, se nos informa que, como el asesino, también ella ha sido desechada. A diferencia del asesino, no conocemos el trasfondo afectivo y emocional de Eleanor; no sabemos nada de su familia, parejas, etc. Apenas sabemos las consecuencias: problemas de droga, episodios recurrentes de cortarse los brazos, etc. Sí conocemos un dato significativo: su interés por la investigación no es accidental, siempre ha mostrado esta vocación, e incluso Lammark descubre que solicitó un trabajo en el FBI, para el cual fue rechazada por sus antecedentes psicológicos.

Ambos personajes, Dean Possey (el asesino) y Eleanor, presentan simetrías notables en el diseño de sus caracteres: ambos desechados, ambos con una autodestructivos. Pero hay un dato curioso en el relato de Szifrón: una decisión llamativa en el modo desigual en el que se ha presentado la información sobre estos personajes. Una de las estrategias más efectivas para lograr la identificación afectiva del espectador con un personaje, es la humanización, que consiste básicamente en brindar información de su pasado, que de alguna manera justifica su actualidad (y sobre todo lo libera relativamente de ciertas responsabilidades). Esto efectivamente es lo que ocurre con el asesino. Pero dijimos que Eleanor es prácticamente un reflejo del asesino, y sin embargo, de las razones que la han llevado a la protagonista a tales desajustes emocionales; los motivos que la hacen pensar como un psicópata, de eso no sabemos casi nada.

Parte de la simetría que el relato plantea entre estos personajes se revela en el encuentro final entre Eleanor y Dean, donde ella es capaz de ponerse en lugar de esta persona desechada, y aceptar los términos que el asesino propone, para morir en su dignidad, en lo que le queda de humanidad, para que eso que lo ha transformado en un monstruo, no le pueda arrebatar lo último sano que le queda.

Esta empatía entre la heroína y el asesino, que la lleva a Eleanor, no sólo a ponerse en su lugar para pensar como él y conseguir apresarlo, sino fundamentalmente para redimirlo; ofrecerle el gesto de humanidad que nadie ha sido capaz de darle, es la creación de un director que no sólo sabe retratar magníficamente policiales, sino de alguien que tiene una comprensión de las lógicas laterales, de ver que el residuo tóxico es consecuencia el destrato de un sistema que no se hace cargo.

Y entonces, me vino a la cabeza, como un rayo y una revelación, aquella frase que Szifrón profirió en el programa de Mirtha Legrand, entonces escandalosa para el establishment argentino, que ahora se resignifica y adquiere su auténtico valor: “yo, si hubiese nacido en condiciones infrahumanas, si no tuviese las necesidades básicas cubiertas, yo creo que sería delincuente, antes que albañil”.