Misántropo

Crítica de José Tripodero - A Sala Llena

EL COLABORADOR FORÁNEO

Misántropo es el título para Argentina (y para apenas un puñado de países más) con el que se conoce la nueva película de Damián Szifron, mientras que en Estados Unidos su nombre es To Catch a Killer, nombre genérico y menos representativo de las ideas que -a priori- este “simple thriller” tiene para ofrecer. En la noche de Año Nuevo, un francotirador acaba con la vida de 29 personas en Baltimore, todas las víctimas fueron elegidas al azar. La investigación para encontrar al asesino es liderada por Lammark (Ben Mendelsohn), un veterano agente del FBI sobre el que no solo carga el esclarecimiento del caso, sino también todas las miserias burocráticas y, además, una dinámica consubstancial del organismo, contra los que él debe luchar. A su cruzada se suma la oficial Eleanor Falco (Shailene Woodley, también productora de la película), una policía de uniforme agotada, aunque de carácter proactivo y con una capacidad intelectual e intuitiva superior al promedio de sus compañeros. La relación entre ambos se desarrolla dentro de la estructura de un maestro y una aprendiz con un entrecruce de generaciones.

La primera parte es la más vertiginosa, la que revuelve el pasado reciente de un Estados Unidos tajeada por el miedo sembrado en territorios lejanos y que desde el 2001 pueden sufrirlo en casa. De todos modos, Misántropo es una moneda que cae perfecta en un receptáculo de actualidad candente, porque el terror ya está inoculado, no es necesario importarlo. Es así que las matanzas escolares y/o tiroteos en lugares públicos ya no sorprenden, están amalgamados a una época de violencia tácita. Igualmente, Szifron no oficia de cizañero de problemáticas en tierras ajenas, toma esa actualidad para narrar una historia de personajes, de piezas oxidadas por el sistema y una mirada social, desde la que se suele presentar a los “monstruos” que cometen los atentados más atroces.

Hacia la mitad, se asoma la cocción a fuego lento de una trama que se traslada a los interiores de oficinas, despachos, morgues y lugares más oscuros del alma que los dos personajes (en especial Falco) esconden. Aquello que puede apreciarse como anticlimático resulta perfecto, en términos narrativos, porque no estamos en presencia de un thriller, esto es un policial que en su superficie tiene un misterio por resolver, pero de manera socavada construye un perfil a modo de correlato para intentar unir esas miserias de apariencia extremas y ubicadas en las antípodas entre buenos y malos. No faltan momentos de acción articulados con nervio punzante; es la escena del supermercado donde Szifron prueba una vez más su destreza narrativa visual.

De manera opaca, el director de El fondo del mar expone su cinefilia por las películas de la década de 1970, en cuanto a una temática actual similar a la “conspiranoia” de aquellos tiempos y, también, por una atmósfera claustrofóbica en espacios cerrados con personajes que tienen que luchar contra un enemigo invisible y una burocracia, igual de feroz. En esta última representación surge el nombre del director de fotografía Javier Juliá, ladero imprescindible del director.

En las entrevistas dadas por Szifron se pueden completar muchas de las ideas que rondaron sobre esta producción: primero el sentido de hacer esta película ambientada en una ciudad de Estados Unidos y segundo las complicaciones de un director extranjero para imponer su visión personal, en un proyecto internacional de mercado anglosajón. Hacia el final (como las grandes películas que el director venera) vicia de desasosiego y de una lobreguez espesa que se mantiene en el recuerdo, forzando a un espectador -incluso a alguno desprevenido- a hurgar más allá de la superficie del misterio que la propia trama construye.