Mis hijos

Crítica de Pablo E. Arahuete - CineFreaks

Mi amigo palestino

Nuevamente, el director israelí Eran Riklis despunta una mirada humana o humanista sobre el arcaico conflicto palestino israelí con Mis hijos (Dancing Arabs -2014-), se despoja así del enfoque político para narrar –basado en una novela autobiográfica de Sayed Kashua- la historia de un estudiante palestino becado en la universidad de Jerusalén, atravesado por el prejuicio y la lucha de adecuación a un entorno poco amigable.
Sin tomar posición por un lado u otro de la ecuación, y de acuerdo a sus propias declaraciones a sabiendas que el público ya no resiste películas dramáticas sobre el conflicto de Oriente Medio, el director de El limonero -2008- se sumerge en esta historia de choque de culturas para avanzar un escalón más arriba de la coyuntura y plantear más que las diferencias los rasgos comunes entre los personajes en el particular universo de este opus.
La idea del comienzo advierte al público -a modo informativo- que el 20 por ciento de la población israelí es árabe, desde lo macro se apuntala al relato micro, con una fuerte tendencia a la generalización para encontrar la rápida empatía en el derrotero del protagonista Eyad -Tawfeek Barhom-.
Las barreras idiomáticas, su pronunciación fallida de ciertas palabras son el eje que marca el espacio a la discriminación y desde ese lugar todo aquello que el muchacho asimila para ir perdiendo su identidad en beneficio de su interés educativo. Sin embargo, sus compañeros de clase lo aceptan e incluso una novia que mantiene en secreto su relación y que, de cierta manera, despierta la ilusión de Eyad.
Las dosis de humor, o cierto costado satírico, aparecen en los momentos más dramáticos para matizar la película, la cual nunca cae en el registro melodramático a secas, a pesar de transitar por situaciones tensas, siempre teniendo presente el punto de vista del estudiante palestino.
El título que utiliza el plural en la traducción local, también abre el espacio a una subtrama con uno de los personajes secundarios que entabla un vínculo muy particular con Eyad, un joven discapacitado al que asiste y acompaña en su tránsito por la universidad, subtrama que habilita una lectura hacia el lado del compañerismo y la tolerancia en la diferencia, pero que por fortuna el director de La novia siria -2004- no subraya desde el punto discursivo, sino que enriquece con enormes cuotas de sensibilidad por la relación entre ambos personajes.
Si bien por momentos el film no escapa de algunas zonas grises en función a sus intencionalidades de quedar bien con todos, es justo reconocer el equilibrio en la historia por el peso otorgado a cada situación y conflicto, que a lo largo de 104 minutos encuentra sus mejores formas de desarrollo en la sencilla apelación al terreno emocional.