Miró. Las huellas del olvido

Crítica de Ariel Abosch - El rincón del cinéfilo

Hubo un tiempo en la Argentina, cuando estábamos considerados “el granero del mundo”, que la gente construía un pueblo alrededor de una estación de tren para afincarse allí, y trabajar en el campo. Esa modalidad fue común en los territorios fértiles como la llanura pampeana. Pero en el caso del paraje Mariano Miró, que llegó a tener casi quinientos habitantes, los pobladores, casi todos inmigrantes italianos, se instalaron en el norte de la provincia de La Pampa, en 1901. Un lugar con escasas lluvias y tierras poco productivas.

La directora Franca González, nacida en esa provincia, filmó éste documental que trata sobre un pueblo que existió sólo diez años y desapareció de la faz de la tierra, literalmente, hasta que, en 2010 un grupo de alumnos que iba a un colegio cercano descubrió, por casualidad, restos de elementos antiguos.

Para armar el rompecabezas de la misteriosa desaparición de un pueblo entero, derrumbado en unos pocos días, requirió de buscar material fotográfico, archivos de planos, relatos de viejos pobladores de la zona cuyos padres vivieron en Miró, etc.

Algunos de ellos brindan su testimonio frente a la cámara, otros, con la voz en off. Vecinos con una memoria prodigiosa que se acuerdan de los nombres y en qué lugar estaba cada negocio, etc. La narración no sólo prioriza estas historias, sino que, también fueron filmados un grupo de arqueólogos haciendo trabajo de campo, extrayendo restos de copas y platos.

La realizadora indaga con la cámara, necesita saber lo más posible. y para tomarse algún descanso se detiene en registrar paisajes, plantas, árboles. Todo con un ritmo tranquilo, como el estilo de vida que se practica en el campo.

Muchos pueblos han desaparecido en nuestro país, pero fue de manera progresiva y las construcciones continúan en pie, aunque deterioradas. Estos hechos ocurrieron generalmente porque dejó de pasar el tren por allí y las personas tuvieron que buscar otros horizontes. Lo curioso de éste caso es que los mismos que lo construyeron, lo destruyeron, en pleno auge de la agricultura, por no haber podido ser los dueños de la tierra. Sólo quedan unos vagos recuerdos y la vieja estación de tren, testigo silenciosa de una época que no volverá.