Miragem

Crítica de María Bertoni - Espectadores

La Real Academia Española le asigna dos definiciones al sustantivo Espejismo: «ilusión óptica» que «provoca la percepción de la imagen invertida de objetos lejanos», e «imagen, representación o realidad engañosa e ilusoria». Vale recordar las dos acepciones antes de mirar Miragem, coproducción argentino-brasileña, y un poquito francesa, que Eryk Rocha dirigió a partir del guion que escribió con Julia Ariani y Fabio Andrade.

La película dura hora y media y, justo cuando faltan treinta minutos para que termine, una breve secuencia transcurre cabeza abajo. Este truco de montaje explicita la intención del realizador: mostrar una Río de Janeiro distinta –invertida o subvertida– respecto de la cidade maravilhosa que promocionan las agencias de turismo.

Fabrício Boliveira encarna al protagonista de esta combinación de ficción, documental y ensayo que evoca el recuerdo del gran Abbas Kiarostami y su Dah, aquí conocida por su título en inglés Ten. El actor bahiense encarna a un peón de taxi que trabaja de noche (igual que Travis Bickle) y que busca ponerse al día con la manutención de su hijo de diez años para retomar el contacto paterno-filial. Como el maestro iraní con la conductora de un auto particular, Rocha convierte al tachero en piloto de un ejercicio cinematográfico de envergadura sociológica y filosófica.

Aunque bastante menos que Mania con sus acompañantes ocasionales, Paulo también habla con sus pasajeros, entre ellos, una pareja de turistas argentinos compuesta por Luis Ziembrowski e Inés Estévez, y una enfermera a cargo de Bárbara Colen (la recordarán quienes vieron Bacurau). Esas interacciones ofrecen una representación de lo que existe, sucede, cambia, se desmorona fuera del vehículo donde transcurre la mayor parte de la película.

A diferencia de Ten, Miragem utiliza otros recursos para visibilizar ese más allá: aquello que el protagonista observa desde la ventanilla del carromato amarillo, fotos y videos que mira en la pantalla de su celular, mensajes de audio de sus colegas, fragmentos de programas de radio y TV, interacciones telefónicas y cara a cara con otras personas además de los pasajeros. De este modo, Rocha ofrece un fresco actual, no sólo de Río de Janeiro y por carácter transitivo de Brasil (así lo sugiere la inclusión de Pé do meu samba de Cateano Veloso en la banda de sonido), sino de un presente globalizado.

El –hay que decirlo– hijo de Glauber Rocha, fundador del Cinema Novo, conjuga con destreza los primerísimos primeros planos de Paulo (y de la enfermera Karina), los segundos planos acordados a los pasajeros, el registro documental de la vida nocturna en distintos barrios cariocas. En ese transcurrir entre el adentro y el afuera del taxi, el peón se reconoce como tal.

Boliveira actúa con la sensibilidad y versatilidad necesarias para componer a un personaje callado que oscila entre el hartazgo, la frustración, la angustia, la resignación y acaso un destello (inicial) de insurrección. Su trabajo garantiza la calidad de una propuesta conmovedora y comprometida con nuestro tiempo.

Miragem es consecuente con la doble acepción de la RAE. Mientras proyecta un reflejo invertido de la Río soleada, carnavalera, aquélla de los penthouses, del Tudo bem, del mais grande Maracaná, Rocha expone la naturaleza engañosa –y perversa– de la implacable globalización (neo)liberal.