Miragem

Crítica de Juan Pablo Russo - EscribiendoCine

Una noche en Río

El cineasta brasileño Eryk Rocha (Cinema novo, 2016) explora en su nueva película Miragem (Breve Miragem de Sol, 2019) la situación social en la cosmopolita ciudad de Río de Janeiro a través de la mirada de un taxista que busca reencontrarse con Mateus, su hijo, y recomponer la relación filial.

Paulo (Fabricio Boliveira) es un hombre de mediana edad, separado de su esposa, y con un hijo pequeño privado de ver porque no puede pagarle la cuota alimentaria a su ex. Consigue un trabajo de taxista y lo hace a radiar, de noche porque la ciudad -en apariencia- es más tranquila, y así conseguir el dinero adeudado para retomar la relación con Mateus de 7 años. En sus recorridos nocturnos por Río de Janeiro la situación social del país atraviesa su historia personal.

Eryk Rocha construye un retrato urgente sobre la situación actual del país brasileño, en esta coproducción argentina, a través de los ojos de un taxista. Lo hace desde su mirada y con un único punto de vista. Paulo, el personaje central es el encargado de conducirnos, como si fuéramos pasajeros de ese taxi, por las diferentes zonas de la ciudad a través de un tour antiturístico, con una cámara inquieta, planos cerrados y desencuadres buscados que demarcan la tensión que se vive tanto dentro del automóvil como fuera de él y crean una sensación claustrofóbica.

Miragem apela a una puesta en escena realista que cuenta una historia de ficción enmarcada en un contexto documental. Lo que vemos en el taxi es ficción pero lo que sucede en el afuera es parte de la realidad, de la situación que atraviesa una ciudad gobernada por una violencia latente, aunque muchas veces ésta aparezca fuera del campo visual del espectador.

Ficción y documental se entrelazan derribando cualquier tipo de fronteras dentro de una ciudad contradictoria en la que conviven el caos y la belleza. Algo similar a lo que atraviesa Paulo, un antihéroe atípico, tan apático como querible, al que vemos en pantalla durante casi 90 minutos sin que se le asome una leve sonrisa.