Mira cómo corren

Crítica de Ezequiel Boetti - Página 12

Con el espíritu de Agatha Christie

Con elementos metadiscursivos, el policial no descuida, más allá la cuota de suspenso inherente a la resolución de un enigma, ni el humor ni la consciencia de su largo linaje previo.

El viejo y querido whodunit está más vivo que nunca. Proveniente de la novela policial, el término hace referencia a aquellos relatos centrados en crímenes, ocurridos generalmente en ámbitos cerrados como trenes, barcos o mansiones, que presentan un número finito de sospechosos y que el detective o investigador de turno, casi siempre excéntrico, deberá resolver a fuerza de lógica, paciencia e inteligencia. El cine ha recurrido a él en innumerables ocasiones, desde Alfred Hitchcock hasta las decenas de adaptaciones de clásicos –la última de ellas, Muerte en el Nilo, estrenada en la Argentina en febrero de este año– de la ama y señora del género, Agatha Christie.

La escritora y dramaturga británica sobrevuela no solo en espíritu los poco más de noventa minutos de metraje de Mira cómo corren. También aparece como personaje y sospechosa del asesinato de un afamado director norteamericano, el mismo que ultimaba detalles para filmar la versión cinematográfica de una obra basada en un libro de…. Agatha Christie. Esa obra se llama La ratonera y ostenta el récord de mayor permanencia mundial en cartel, con presentaciones continuas en las tablas de la capital inglesa desde su debut, en 1952, hasta la llegada de la pandemia de Covid-19.
“Una vez que viste un whodunit, viste todos”, dice la voz en off un tanto sobradora –igual que la película– de Leo Kopernick (Adrien Brody) poco antes de que la cámara ingrese al teatro londinense donde se llevan adelante las funciones. Esa frase puntea las intenciones metadiscursivas de un policial que, más allá la cuota de suspenso inherente a la resolución de un enigma, no descuida el humor ni la consciencia de su largo linaje previo, como si el realizador Tom George y el guionista Mark Chappell hubieran querido homenajear al género poniendo en marcha sus engranajes para observar muy de cerca cómo funcionan. Y decírselo en la cara al público a través del recurso de romper la cuarta pared.
Así como Asesinato en el Expreso de Oriente (2017) y Muerte en el Nilo (2022), dirigidas y protagonizadas por Kenneth Branagh en la piel del detective Hércules Poirot, eran adaptaciones respetuosas de la obra de Christie y abrazaban un espíritu old-fashioned, casi demodé, Mira cómo corren emana un aire moderno, fresco y canchero tanto en su forma (la mencionada rotura de la cuarta pared, la puesta en escena recargada al borde de lo kitsch) como en la impronta desajustada, más propia de la comedia que del policial, de esos personajes que, como mandatan las normas, tienen un motivo más o menos directo para convertirse en sospechosos.
A fin de cuentas, todo el elenco y el equipo técnico y ejecutivo estuvieron en el festejo por las cien primeras presentaciones de la obra. Mientras todos brindaban y celebraban, Kopernick se paseaba, botella de whisky en mano, seduciendo mujeres con la promesa de sumarlas a la futura plantilla actoral, hasta que entró a un cuarto de donde nunca más salió. O sí, pero arrastrado por un asesino de rostro cubierto que depositó su cuerpo en un sillón en medio del escenario, no sin antes cortarle la lengua.
¿Quién cometió semejante acto? ¿Acaso el director tenía enemigos del otro lado del Atlántico? ¿O hay algo más detrás del crimen? Esas y otras preguntas intentarán responder la joven y entusiasta policía Constable Stalker (Saoirse Ronan) y el detective Stoppard, a cargo de un Sam Rockwell de bigote grueso que, como suele ocurrir con sus criaturas, siempre parece esconder algo bajo la manga. Claro que nada será tan simple como aparenta. Que efectivamente Stoppard –solitario y misterioso como casi todos los detectives cinematográficos– esconda algo o no es una de las tantas incógnitas que George y Chappell irán despejando con sabiduría y esmero. Mira cómo corren es, entonces, la enésima validación de que pocas cosas resultan más atrapantes y envolventes que un policial hecho con inteligencia y la voluntad de que el espectador sea partícipe. O, mejor dicho, cómplice.