Minions

Crítica de Marina Scardaccione - Función Agotada

Minions nos cuenta la historia de estas criaturas desde el inicio de los tiempos. Comenzando desde su génesis, pasando por la era de los dinosaurios hasta la época de Napoleón, los minions tienen una sola función en este mundo, una única razón para su existencia: encontrar al villano más grande, malo y despreciable y servirle –vale aclarar que “minion” en castellano significa secuaz-. Pasa que estos bichitos amarillos son muy torpes e ineptos y no son para nada exitosos en esta tarea de hacer el mal y, habiendo aniquilado sin querer queriendo a todos sus amos, ya sin nadie a quien servir, viven años y años en el exilio, sumidos en una gran depresión.

Ya son los 60’s y Kevin, Stuart y Bob deciden salir al mundo a encontrar un propósito para su existencia, un “jefecito” a quien servir. En su camino encuentran a la malvada Scarlet Overkill (Thalía), la primer mujer villana de la historia que los reclutará y les pedirá que lleven a cabo una misión: robarle la corona a la Reina de Inglaterra. Estos chiquitines no saben en lo que se están metiendo, Scarlett quiere robarle el trono a la reina para hacer las maldades más malignas del universo y serán ellos quienes deberán salvar a la humanidad de esta villana.

Los minions son unas criaturas muy graciosas que generan una sensación entre tierna y violenta, algo así como un gatito suavecito al que querés acariciar y estrujar fuerte, mientras tenés los dientes bien apretados. Esta precuela de Mi Villano Favorito (Despicable Me), más allá de ser simpática, no supera a sus predecesoras. El personaje de Scarlet Overkill es cero carismático, no le llega a Gru ni a los talones, y su marido, Herb Overkill (Ricky Martin) es flor de nabo. La única que tiene onda es la Reina de Inglaterra, algo que parece imposible, pero que acá Brian Lynch, director de la película, increíblemente logra.

Scarlet Overkill no le llega a Gru ni a los talones.
El principal atractivo de Minions radica en la ingenuidad de estos bichitos, en ver cómo rebotan, se estrellan, se caen y se chocan entre sí, muy a lo comedia del slapstick, y, por supuesto, su peculiar forma de hablar. La película se apoya mucho en este tipo de comedia física, en la torpeza y ternura de sus protagonistas. Más allá de todo esto, no deja de ser altamente disfrutable. No puedo parar de ver una y otra vez una escena en la que Stuart se chamuya a un hidrante de incendio amarillo diciéndole “hello papaguena, tu le bela con la papaia” mientras aprieto bien los dientes. Bruxismo en estado puro.