Minions

Crítica de Carlos Schilling - La Voz del Interior

Cuidado, son adictivos:

Los simpáticos y torpes Minions merecían tener su propia película.

Sin dudas esas adorables criaturas amarillas, ingenuas, torpes y simpatíquisimas que son los minions merecían una película propia, no sólo por el bien de los productores que con Mi villano favorito 1 y 2 recaudaron más 1.500 millones de dólares, sino por el de los espectadores de cualquier edad.

Ahora Minions ya estrenó en la Argentina –como parte del menú cinematográfico de las vacaciones de invierno– y, por suerte, el resultado es una especie de bola de nieve de acción y risas que arrastra todo a su paso y cae como un alud desde la pantalla.

El planeta de los Minions: lo que hay que saber antes de ver el estreno más esperado
La velocidad es vertiginosa, no hay un instante de descanso, sólo movimientos y más movimientos, accidentes, peleas, persecuciones, bailes, etcétera, como si todas las leyes de la física se hubieran descontrolado al mismo tiempo.

Así, en los minutos iniciales, asistimos a la evolución completa de los minions, desde que eran organismos unicelulares hasta que deben exiliarse en una gruta de Siberia perseguidos por la furia de Napoléon, víctima de la fidelidad excesiva de sus comedidos servidores.

Es que la felicidad de estas criaturas también es su condena. Necesitan subordinarse a un personaje maligno, al peor de los villanos del mundo, y el punto de fusión entre la extrema obsecuencia e ingenuidad de los minions y la maldad de sus jefes tiene una fuerza cómica irresistible.

Luego de esa introducción evolutiva (que recorre milenios de la mano de un dibujo lineal neopop), tres de ellos (Kevin, Stuart y Bob) salen de la gruta en busca de un nuevo amo para superar la depresión de estar librados a su suerte. Más por accidente que por previsión, llegan a la Nueva York de 1968. Allí, también por casualidad, se enteran de una convención de villanos en Orlando, donde se ponen al servicio de Scarlett Overkill, la más mala de los malos.

Las fechas y las ciudades sólo son referencias fugaces, salvo Londres -donde se desarrolla la segunda parte de la trama– y la banda sonora que homenajea a las grupos de rock icónicos de fines de la década de 1960: The Doors, The Kinks, The Who, Beatles, entre otros. Acompañada por esa música, la energía inagotable de los minions se potencia hasta volverse alucinatoria.

Nada menos que la corona de Inglaterra es la obsesión de la supervillana (un guiño al feminismo con el ojo derecho), y Kevin, Stuart y Bob moverán cielo y tierra para conseguírsela. La comedia física y el cine catástrofe se unen así en una especie de frenesí perpetuo. Los minions son como las reencarnaciones de los tres chiflados o de Buster Keaton en una juguetería donde nada ha quedado en pie. La energía que irradian es contagiosa. Peor: adictiva.