Minari

Crítica de Ernesto Gerez - Metacultura

El ponderamiento de lo inocuo

Hay planos lindos, muchos, con el preciosismo marca Terrence Malick y seguramente con la venia de Brad Pitt (acá productor ejecutivo, que a diferencia de la creencia popular no es el inversor sino el que labura). Esos planos lindos para cualquier abuela de cuento seguramente no lo sean para alguien como el personaje más interesante de Minari (2020), Soonja (Youn Yuh-jung), que como remarca varias veces el niño/ punto de vista David (Alan S. Kim), no es el estereotipo de abuelita querendona. La vieja es un quiebre en el relato y en la lógica misma de la película. Llega desde Corea para ayudar y para que los padres de David y de su hermana puedan laburar más tiempo en su granja del sur profundo estadounidense, pero se queda tirada en el piso viendo tele porque la productividad y la explotación que requieren el suelo y el sueñito americano no le importan en lo más mínimo. Pero al resto de los protagonistas sí, y a la película misma también, por eso cayó diez puntos entre los delivery de galardones: hay sueño americano, hay planos lindos y obvios de exposición perfecta, hay musiquita que acompaña ese sol brillante que quema los bordes con su generoso e infernal porvenir, y hay, sobre todo y como en toda película digna de un Oscar, una historia de superación.

Otro personaje piola y que bien podría ser malickeano es el de Will Patton, un tipo con oficio dentro y fuera de la diégesis; un fanático religioso outsider que carga su propia iglesia en sus espaldas y que se come el descanso de los chicos del pueblo, menos el de David claro, álter ego del director que se retrata a sí mismo como un chico bueno e inteligente. El título de la película es una hierba coreana que la abuela trae desde su país y que planta cerca de un arroyo y termina siendo un símbolo de progreso, otro punto a favor para ganarse a los organizadores de la temporada de estatuillas. Lo mejor de esta historia oscariana es obviamente lo narrativo; lo conservador de las formas con sus elipsis claras, sus raccord de manual y las actuaciones de gente que estudió, todo genera cierto magnetismo que no puede no ser bueno, sobre todo para el que goza del clasicismo. Hay un mercado siempre activo para ciertas películas del Hollywood actual cargadas de mundos tibios de pretensión intimista. Para el final, una pareja de nuevos jipis, de esos que ya no fuman faso ni toman ácido, seguramente susurrarán a dúo mirándose con una leve sonrisita: “resiliencia”.