Milagro de otoño

Crítica de Alejandro Lingenti - La Nación

Nostalgia y melancolía dominan esta historia que el rosarino Néstor Zapata, fundador y director -allá por los 60- de la primera Escuela de Cine de Rosario, el Taller Arteón, imaginó primero como novela y luego como película. En el centro de la escena está Faxman, un artista trashumante que escapa de un estado patente de abulia cuando conoce imprevistamente a Candelaria, un amor que había estado esperando durante demasiado tiempo.

Filmada casi íntegramente en Rosario -también se rodaron algunas escenas en pequeñas localidades del sur de Santa Fe-, la película descansa sobre todo en el solvente trabajo de Luis Machín, protagonista absoluto de un relato sobrecargado de alegorías y viajes al pasado integrados como elemento fantástico en una trama por lo demás convencional. Capaz de teñir cada momento de su interpretación con el color más adecuado para la circunstancia, el experimentado actor se hace cargo de un papel exigente apelando a su notorio oficio y a la memoria del cuerpo: igual que su personaje, un artista popular y andariego que empieza a vislumbrar su ocaso, él también trabajó sn su juventud como titiritero.

Faxman también se dedica a la magia, y gracias a uno de los modestos trucos con los que intenta cautivar al público de los pueblitos que visita conoce a quien lo ayudará a cambiar de perspectiva: una joven cuyo temperamento y estilo están claramente inspirados en las heroínas más cándidas del melodrama.