Mil veces buenas noches

Crítica de Emiliano Román - A Sala Llena

Fotografías de la pulsión de muerte.

El realizador noruego Erik Poppe, aquel de la escalofriante Aguas Turbulentas, regresa esta vez con un trabajo claramente autobiográfico, aunque el personaje central sea una mujer. El ahora cineasta fue en su momento fotógrafo de guerra, esa profesión que intenta captar instantáneas que eternicen el trauma y lo siniestro, dando la vida como ofrenda a esa inquietante pasión.

Rebecca (Juliette Binoche) es una fotógrafa en una zona altamente conflictiva como lo es Afganistán, un lugar donde las mujeres se utilizan como bomba para inmolarse en pos de su causa. El comienzo del film es estremecedor, una secuencia donde la protagonista no tiene el menor resguardo de arriesgar su vida con tal de captar esos momentos. Con un preciso uso del ralentí y música inquietante, se logran transmitir momentos perturbadores pero de notable belleza cinematográfica. El foco principal del conflicto se centra entre la pasión profesional de esta mujer y la vida en familia, que al parecer son incompatibles. El marido (Nikolaj Coster-Waldau) ya no tolera la constante exposición al riesgo de su esposa, y las hijas viven con miedo cada vez que su madre se va a trabajar a una zona de bélica. Rebecca se replantea todo el tiempo este dilema donde una elección implicaría una renuncia con alto costo subjetivo.

La narración se va enfocando en las relaciones interpersonales y cobra primacía el vínculo con su hija adolescente, quien por un lado se identifica con el deseo de la madre pero por otro lado la asusta terriblemente perderla. Lo más interesante es la manera en que se muestra como estos fotógrafos van en busca de imágenes en situaciones donde se coquetea con el peligro y la muerte, pero lamentablemente la propuesta pierde fuerza por el cambio de registro que se le intenta dar a la historia: a medida que avanza el relato se torna más emotiva, sensiblera y repleta de clichés. Situaciones que se acercan más al melodrama estereotipado que al conflicto humano y social en sí.

Un pilar fundamental es la magnífica Juliette Binoche, una vez más nos brinda una actuación monumental, con una amplitud de registros interpretativos que van desde la guerrera que toma fotos bélicas hasta la dulce madre que brinda amor a sus hijas, dando a su personaje un notable nivel de realismo y verosimilitud que enamoran a la pantalla.

Estamos ante una historia que habla de esas pasiones que se parecen más a una condena irreversible, dejando al personaje en una encerrona casi trágica: o se deja la vida con ella, o se muere en vida sin ella. El final es conmovedor y cierra el ciclo de ese comienzo extraordinario, donde en la repetición se puede hacer algo distinto. Un film humano, aunque a veces peca de excesos emotividad, que no juzga a sus personajes sino que los acompaña en sus dilemas existenciales. Un film político que toma una postura firme al mostrarnos las aberraciones que ocurren en ciertas partes del mundo desde nuestra mirada occidental, pero que no hace la vista gorda sobre la complicidad y responsabilidad que tiene Occidente en todo esto.