Mika, mi guerra de España

Crítica de Ezequiel Boetti - Otros Cines

Yo fui testigo...

Mika Feldman nació en 1902 en Santa Fe. Con apenas 19 años, participó en las huelgas de la Semana Trágica, signo inequívoco de su involucramiento con grupos e ideales anarquistas. Ideas más o menos parecidas a las que tenía Hipólito Etchebéhère, con quien compartiría un viaje a Europa. Primero, recalaron en Berlín, después en París y finalmente en España. Allí llegaron en 1936, pleno albor de la Guerra Civil, donde ambos se alistaron con los republicanos. Él cayó en la batalla, pero ella no sólo sobrevivió a la guerra, sino que más de dos décadas después participó en el Mayo francés.

La historia de la particular pareja es el eje central de Mika, mi guerra de España. Dirigida a cuatro manos por Fito Pochat -quien además es el sobrino nieto de Hipólito- y Javier Olivera, la película asienta sus bases sobre un recorrido cronológico por la vida de ella, centrándose particularmente en la experiencia española a través de jugosas imágenes de archivo y fragmentos de la autobiografía de Mika escrita en 1976 -y que Eudeba reeditará en estos días- recitados por Cristina Banegas. A todo esto se suma la presencia de uno de los sobrinos del matrimonio mostrando cómo está la realidad española actual y cuánto quedó -o no- de aquellos ideales pregonados por Mika e Hipólito.

El film tiene los mismos defectos y virtudes de gran parte de los documentales nacionales estrenados en los últimos años. Esto es: un formato más cercano al televisivo que al cinematográfico, una puesta en escena más bien descuidada y una narración clásica y sin demasiado riesgo; pero al mismo tiempo posee la capacidad para auscular en los recovecos de los libros para dar con historias tan pequeñas como interesantes. En ese sentido, Mika, mi guerra de España alcanza su cometido de difundir la historia de un matrimonio que atravesó gran parte del siglo pasado sin negociar sus ideales.