Mientras somos jóvenes

Crítica de Josefina Sartora - Otros Cines

Clásica comedia neoyorquina, en la que parejas se encuentran y conversan sin cesar, esta película propone la conexión intergeneracional de dos parejas: Josh (Ben Stiller), quien ha dirigido un documental y hace 10 años que trabaja en un turbio emprendimiento, y Cornelia (Naomi Watts), productora pero básicamente hija de un famoso documentalista (el excelente veterano Charles Grodin) que ha sido el maestro de su marido; y, por otro lado, Jamie (Alan Driver) y Darby (Amanda Seyfried), quince años más jóvenes. Los menores se acercan a los mayores desde la admiración por su trabajo, y la pareja más veterana, sin hijos ni rumbo, ve en los otros la posibilidad de reencontrar ideales perdidos. Los más chicos son bohemios, lucen distendidos, aman todo lo retro, viajan en bicicleta, coleccionan vinilos, escriben en una vieja máquina y no están pendientes del éxito ni del dinero, ni de los adelantos tecnológicos, y juegan juegos de salón (oh, qué viejo suena esto). En una suerte de intercambio energético, Jamie y Darby toman de la experiencia de Josh y Cornelia y éstos ven la posibilidad de recuperar con ellos algo de la vitalidad perdida (¿por miedo a la muerte, quizás?).

Mientras somos jóvenes es una screwball-comedy que -más allá de una reflexión sobre la edad, la toma de conciencia de todo aquello que ya no podrá ser- propone una variedad de temas sobre los cambios que se viven en el siglo XXI. Desde lo más banal, pasando por la maternidad, la ambición y el arribismo, hasta debatir la ética del documentalista, el film pasa revista con gracia y cinismo al estado actual, aunque adolece de cierto esquematismo y lugares comunes. Y sin ocultar la parodia que realiza de Woody Allen y sus personajes neuróticos y verborrágicos.

Baumbach va llevando la narración de manera vertiginosa con un montaje excelente, hasta darnos cuenta de que nada es lo que parece. Ben Stiller (tan bien como el resto del elenco) funciona como una suerte de alter ego de Baumbach, como lo había sido en su anterior Greenberg. Josh, centrado en su egocentrismo y autosuficiencia, lucha contra su edad, rechaza a sus contemporáneos y se resiste a ver las cosas como son, hasta una notable, significativa escena en el Lincoln Center, en la que la realidad se desnuda poniendo en evidencia la relatividad de la moral. Con un segundo final demasiado convencional cierra esta mirada de amargo humor hacia la actualidad, donde la juventud inescrupulosa queda en el peor lugar.