Miedo profundo

Crítica de Fernando Sandro - El Espectador Avezado

Uno de los mejores directores de género de la actualidad y un subgénero con todos los ingredientes para crear tensión cuadro a cuadro; la ecuación solo podía sumar.
Desde Jaws hasta la inminente y también recomendable In The Deep, los tiburones han sido el arma letal más utilizada para causar miedo desde el agua, con esa sensación de indefensa soledad e inferioridad. Olvidémonos de sub productos como Sharknado que apuntan a otro sector, salvo contadas excepciones, los tiburones (aunque sea en materia cuasi humorística) siempre han sido efectivos para el séptimo arte.
Sumémosle a los escualos, un accidente, una protagonista con algún trauma, y un paraje olvidado y peligroso. Todo eso es Miedo profundo, la nueva película del director de La Huérfana y La Casa de Cera.
El argumento es casi una premisa bien sencilla. Nancy es una surfista, residente en medicina, todavía traumada por la muerte de su madre, eximia surfista.
En busca de reparar y cerrar una etapa, decide tomarse un tiempo para ella, sin previo aviso, y embarcarse en una playa perdida en México de la que nunca sabrá su nombre.
Interacción idiomática algo fallida, el encuentro con otros dos turistas, un accidente al adentrarse más allá de donde debía. Un Tiburón la muerde, le hace perder su tabla, y así queda sola, perdida, y herida, en medio del mar, cerca de la costa, pero sin poder llegar a ella.
Primero será una ballena muerta, luego una roca que depende de la marea para salir a flote, esos serán sus refugios del tiburón que la acecha sin tregua.
Miedo Profundo es una muestra de que no se necesitan de grandes elementos para lograr un propósito efectivo. Sacando algunas participaciones esporádicas, aunque necesarias, prácticamente se vale de un solo personaje humano, una sola locación, y un tiempo que se va contando de a segundos. Habrá que sumarle una gaviota que funciona a modo del recordado “Wilson” de Cast Away, unas interacciones digitales originales y bien plasmadas (de la pantalla del celular y del reloj waterproof), el propio mar, y por supuesto ese tiburón hambriento que no la dejará escapar.
Menos a veces es más, dicen, y aquí se cumple, porque con esos pocos datos, el guionista Anthony Jaswinsky (de quien la semana próxima veremos la impresentable Satanic, todo lo opuesto a esta) y sobre todo el director catalán Jaume Collet Serra logran un gran impacto.
Sí, otra sería la película de haber cambiado de director. El guion si bien no defrauda y cumple con todo lo necesario (el desarrollo tiene algunas incongruencias lógicas, esperadas y hasta divertidas), pero es la puesta en escena la que gana el juego.
No hay necesidad de apresurarse, con tonos soleados y celestes turquesas, aprovechando al máximo la locación, habrá tiempo para presentar al personaje, dejarlo interactuar, mostrar sus conflictos; como si fuese un veraniego film deportivo o una publicidad de bronceadores o cerveza en verano. Luego, progresivamente, se nos introducirá en el lado oscuro de esa playa, y en todas las posibilidades de supervivencia, que no son muchas.
Como Nancy, Blake Lively, se ve más cerca de El secreto de Adeline que de la serie Gossip Girl. Soporta todo el peso del reato, una cámara que no la abandona, y la falta de otro humano en quien apoyarse. Del desafío sale airosa y nos hace creer su padecimiento, sin exagerar sus gestos, la vemos pasar por diferentes estadios, siempre convincente.
Collet Serra guía a su protagonista, maneja el ambiente sabiendo qué mostrar y que no, recarga las tintas donde es necesario sin caer en el golpe bajo ni dejando las emociones de lado, después de todo es esta una historia de superación.
Hay homenajes, muy buen ritmo, la música de Marco Beltrami que envuelve casi imperceptiblemente, y un montaje que se juega más por la pausa y lo metódico antes que por la convulsión.
En el debe quedarán algunos detalles que necesitaron algo más de coherencia, y una decisión de suavizar la acción y dejar la sangre casi fuera de cuadro (salvo por una escena visceral pero que de todos modos juega más con el impacto de lo que siente el personaje que lo que realmente se ve) en pos de una calificación accesible. Nada demasiado grave como para impedir disfrutar del gran entretenimiento que ofrece esta película.
De pretensiones escasas, y resultados bien logrados, Miedo Profundo, no llega a ser una gran película precisamente porque no busca serlo, porque prefiere el envase chico lleno de detalles; y porque sabe que con esos pocos recursos necesarios pisa más fuerte que otras competidoras más ampulosas.
Un plato fuerte como para entrar a la sala con el vaso lleno de gaseosa, el balde desbordante de pochoclo… y no poder probar bocado por la tensión y el magnetismo logrado, quisiéramos gritarle todo a Nancy, brindarle ese auxilio que tanto pide.