Midway: Ataque en altamar

Crítica de Ezequiel Boetti - Página 12

"Midway: ataque en altamar":  un pirómano anda suelto

El director de "Día de la Independencia" y "Godzilla" vuelve a demostrar su pasión por la destrucción masiva, ahora inspirado en un hecho histórico.

A Roland Emmerich, se sabe, le gusta que todo explote. Desde el tándem Día de la Independencia(1996) y Godzilla(1998), el cine de este director está íntimamente ligado al despliegue audiovisual pirotécnico, a las llamas mastodónticas (o hielos glaciares, como en El día después de mañana) devorando todo a su paso, al regocijo de la destrucción masiva de ciudades y hasta del mundo entero (la elefantíasica 2012) por el placer mismo de la destrucción. En el medio siempre hay personajes chatos, definidos a puro trazo grueso y con una humanidad tendiendo a cero, intentando sobrevivir. Pero el alemán sabe que la sumatoria de esas partes puede dar como resultado un espectáculo de esos que la crítica suele catalogar como “placeres culposos”; esto es, películas de alto contenido grasoso, con un espíritu berreta trasvestido de superproducción de Hollywood, que sin embargo entretienen a fuerza de asumirse como tal. De allí, entonces, que en una buena porción de su filmografía anide un núcleo deliberadamente humorístico. Un humor que en su último trabajo, Midway: ataque en altamar, aparece en dosis homeopáticas.

La batalla de Midway sucedió a principios de junio de 1942 y fue clave para configurar el mapa de del Pacífico de cara al periodo más álgido de la Segunda Guerra Mundial. Pero el punto cero de película es el ataque a Pearl Harbor de diciembre de 1941, puntapié para la incursión bélica de los Estados Unidos. Una elección que permite, por un lado, dar una marco “emocional” a lo que vendrá, a la vez que demostrar que aun el Emmerich más “serio” es un pirómano no diagnosticado. Superado el bombardeo inicial, Ataque en altamar se entregará a registrar un periplo de más de siete meses a través de los ojos de tres protagonistas: el inevitable working class hero que encarna el Teniente Richard Best (Ed Skrein) y los Comandantes en Jefe de ambos bandos, el norteamericano Chester W. Nimitz (un Woody Harrelson con poca pimienta) y el japonés Isoroku Yamamoto (Etsushi Toyokawa), el mismo que luego de Pearl Harbor vislumbró que no habían hecho otra cosa que despertar a un gigante dormido.

Como ocurre con casi todas películas del director de El ataque –otro delirio que imaginaba al mismísimo Presidente de los Estados Unidos coleando una limousine en los jardines de la Casa Blanca y reventándose a tiros con un grupo de terroristas–, el guion es torpe, atolondrado y no precisamente sugerente. Emmerich se siente visiblemente más cómodo filmando escenas de acción aéreas y navales espectaculares que moldeando las emociones de ese grupo de hombres movidos por el sentido del deber. Lo de “hombres” es literal, en tanto no asoma mujer dramáticamente relevante en las más de dos horas de metraje. Una decisión discutible en términos de representación de género, pero que tiene sentido si se piensa que, de haber estado allí, muy probablemente hubieran cumplido el rol de partenaires románticos de los soldados y, por lo tanto, endulzado una trama que si hay algo que no necesita es justamente azúcar.

No hay demasiadas sorpresas en un recorrido narrativo que va desde los preparativos para el contraataque, tanto en el océano y el aire como en las oficinas desde donde Nimitz coordina el movimiento de tropas, hasta la coronación de Best -término que en inglés significa “el mejor”, como para confirmar por enésima el desprecio de Emmerich por la sutileza- como héroe de guerra. Debe agradecérsele al alemán la ausencia de ese patrioterismo de cotillón de la Escuela de Michael Bay, un director con quien comparte varios puntos de contacto, sobre todo su pulsión por el gigantismo, el ruido y las explosiones. Lo Midway es una gesta grupal antes que institucional. Lo único que falta a estas alturas del partido: que un director irreverente y desfachatado empiece a creer en el peso de las Instituciones.