Midway: Ataque en altamar

Crítica de Alejandro Franco - Arlequin

Portaaviones pisteando como si fueran bólidos de Rápido y Furioso. Tipos esquivando cazas japoneses como si fuera una de Star Wars. Perfomances horribles. Exceso de personajes e historias donde el espectador termina perdido y no sabe quién está en dónde ni haciendo qué. Efectos especiales mediocres que, por momentos, parece una de The Asylum (los amerizajes son patéticos). Diálogos indigeribles. Y la lista sigue con Midway: Ataque en Altamar, la última chupada de medias patriótica de Roland Emmerich. Considerando que es un director mediocre que solo tiene talento para el bochinche – léase, las escenas de acción -, Midway resulta increíblemente anodina, como si el germano hubiera perdido todo su mojo. Salvo un par de escenas, el resto es abrumador y tedioso y, como los personajes te importan un soto, el espectador pone emoción cero en las refriegas. Es casi como una de esas horrendas películas setentosas de cine catástrofe con cast largo como chorizo, historias cliché y cero interés en sus dramas hasta la llegada de las secuencias de los efectos especiales… con el plus de que acá, aún con la parafernalia de modernos CGI que exhibe la película, ni siquiera resulta minimamente interesante.

El principal problema pasa por el protagonista, el cual es un ladrillo. Ed Skrein no tiene cara de héroe, es huesudo, y acá parece un zombie hablando a dos por hora. Su físico no impresiona, su perfomance es aún peor y cada vez que abre la boca es un bostezo. Pero Skrein no es el único ofensor de los sentidos en tal aspecto; Luke Kleintank ya había probado ser un mal actor en The Man in the High Castle y acá resulta inexplicable el por qué lo contrataron. Idem con Nick Jonas, aunque el tipo es mas simpático. Con los veteranos no va mucho mejor: Woody Harrelson va en piloto automático como el Almirante Chester Nimitz, Dennis Quaid parece Manolito con unas cejas exageradas para interpretar al Almirante Bull Halsey, y solo Luke Evans y Patrick Wilson salvan las papas, haciendo maravillas con papeles horrendamente escritos.

Si el drama personal no funciona acá, es porque Emmerich hizo una película patriótica de los años 40 – de esas protagonizadas por Van Johnson o Jeff Chandler, no hablo siquiera de grandes estrellas -, esas cintas bélicas recargadas de estoicismo y diálogo disparado a lo ra-ta-tá donde primaban las acciones y los ideales antes que la humanidad de los personajes. Midway: Ataque en Altamar precisaba a un Spielberg, alguien que demostrara con lujo de detalles la carnicería de la guerra área y naval, que salpicara de tripas la pantalla y que hiciera del suspenso y los personajes bien desarrollados la clave de la trama, podando el aburrido ataque a Pearl Harbor del principio (porque, honestamente, hay que tener falta de talento para filmar sin gracia semejante carnicería que de por sí sola merece su propia película – ¿recuerdan Tora, Tora, Tora!?; ese era cine del bueno! -), omitiendo el raid de Jimmy Doolittle sobre Japón y enfocándose en el drama de adivinar a ciegas si los japoneses se van a cargar al resto de los portaaviones yanquis, dónde y cuándo. Tan solo la secuencia del descifrado de los mensajes encriptados japoneses debería haber sido el nudo de la película, generando un suspenso increíble por la perspicacia de los yanquis al mandar un mensaje falso sobre Midway – el problema en la bomba de agua de la base en la isla – y releerlo en los mensajes de la milicia nipona. Pero acá eso es vomitado al pasar en dos segundos, sin pena ni gloria, y se enfoca en la aburridísima vida familiar de Skrein, la aburridisima perorata militar de Skrein y el anodino heroísmo sobreinflado de Skrein, quitándole espacio al resto de los personajes. Digo: si la Midway original (1976) era mas que pasable y estaba hecha de requechos de documentales (sin efectos especiales propios como Tora, Tora, Tora!), ¿por qué diantres no hacer una remake textual y con mejores FX?. Pero no; acá se despachan con fruta como que los americanos fueron los primeros que quisieron hacer un ataque kamikaze (cuando el bombardero cae rozando el portaaviones del almirante Yamaguchi), pisteando portaaviones para esquivar bombas como si esas moles giraran 90º en 10 segundos, o los japoneses recién dándose cuenta de que los aviones americanos están al acecho cuando los tienen a dos metros de sus narices.

La batalla de Midway fue crucial en la guerra del Pacífico. Los americanos – como todo en su época – tenían terribles aviones así como terribles tanques, torpedos que no funcionaban, maquinarias que andaban emparchadas y que solo eran eficientes por el heroísmo de sus pilotos. Si los americanos ganaron la guerra era por su impresionante maquinaria industrial que le permitía reponer maquinas así como entrenar pilotos en corto plazo – a los japoneses, carentes de recursos, le demandaba lustros poner a flote un crucero o, peor aún, un portaaviones -. En Midway los japoneses perdieron toda la plana mayor de sus pilotos mas experimentados – los mismos que atacaron Pearl Harbor y lucharon durante toda la expansión japonesa en Asia -, simplemente porque creían que eran inmortales e indestructibles y no habían encarado el entrenamiento de una generación de reemplazo. También en Midway quedó evidente que los japoneses se arriesgaron demasiado y perdieron casi toda la flota de portaaviones con lo cual pusieron pies en polvorosa y ni se arriesgaron a poner en peligro al acorazado mas grande del mundo, el Yamato, el cual tenía un enorme valor simbólico y apenas vio acción durante la guerra hasta que lo hundieron en 1945 cuando tuvo que hacerle frente a una flotilla de aviones yanquis sin cobertura aérea de respaldo. Pero nada de eso queda explicado en Midway: Ataque en Altamar; todo queda sepultado en el cliché del cine catástrofe y los elencos multitudinarios.

Midway: Ataque en Altamar puede ser un entretenimiento pasable para los que le apasionan las películas de efectos especiales – Emmerich hizo una carrera de eso -, pero los puntos muertos dramáticos son casi insalvables. Y es tanta la falta de empatía que despierta Skrein que directamente rezamos para que algún artillero japonés le pegue, lo tire abajo y otro actor ocupe el centro de la pantalla. En los créditos finales amenaza con una secuela – ¿Midway 2: la Venganza? – y de seguro la veré porque me encantan las películas de la Segunda Guerra Mundial – que en esta época podrían tener un renacer ya que la magia de los efectos especiales podría crear escenarios monumentales de caos y destrucción con ejércitos masivos digitales (la batalla de Kursk, alguien?) – pero, si Emmerich no hace los deberes y si no consigue otro libretista, volveré a ponerle el pulgar abajo… como en este caso, en donde me seguiré quedando con la emparchada (pero mucho mas efectiva) versión de 1976 con Charlton Heston, Henry Fonda, Robert Mitchum y Toshiro Mifune (entre una tonelada de estrellas de la época) en los roles estelares.