Midsommar

Crítica de Rosana López - Fancinema

EN LA BOCA DEL MIEDO

Para bien o para mal, según los gustos del espectador el cine autoral y grandilocuente en terror, Ari Aster llego para sentar presencia/polémica y es imposible quedar indiferente ante sus obras desde la sorprendente Hereditary.

Los primeros minutos de Midsommar toman aquel ambiente asfixiante y oscuro de su ópera prima con una nueva protagonista femenina -llevada de forma magistral por Florence Pugh- quien se encuentra desolada ante una tal vez evitable tragedia familiar. A la película la completa un reparto de muchachos que incluyen al novio ya poco tolerante a la depresión de su media naranja y más ávido a desconectarse y aprovechar a buscar material en tierras lejanas para su tesis junto a tres compañeros de la Universidad, uno de ellos originario de una comunidad campesina, la que visitarán en cuestión.Y así comienza esta propuesta de escape infernal de demonios propios para buscar sin quererlo otros de mayores proporciones y con un folklore costumbrista demasiado ajeno y tenebroso.

Midsommar se luce por oposición con respecto a Hereditary, volcando toda la mayor luz natural diurna posible hasta con planos bellamente quemados en los diferentes cuadros de su desarrollo, recurso arriesgado para el género y utilizado en La masacre de Texas, de Tobe Hooper. El film involucra muy pocos pasajes de noche para indicar que la maldad se oculta tanto en las sombras como a plena luz de día dentro de una secta pagana aparentemente inofensiva, pero con retorcidos ritos ancestrales que a este grupo estadounidense resulta tan descabellado como “atrapante”.

Este film puede resultar para varios de un desarrollo narrativo lento en una primera etapa para entregarlo todo un poco a las apuradas en su trayecto final. Sin embargo, no reside allí su error porque el propio Aster pensó esta película de terror psicológico en la extensión de 171 minutos, que fueron reducidos a 141 minutos por la distribuidora A24. Es que Aster se tomó su tiempo para producir meticulosamente un miedo progresivo, para que el espectador pueda empatizar con el estadío que atraviesa el grupo forastero de estar ante una realidad onírica y macabra a la vez. Lo que se dice una verdadera construcción de climas que no todo público habitual del género está acostumbrado a tolerar buscando el susto fácil y producciones cortas dentro del estándar. No señor, acá somos testigos directos del padecimiento de la joven protagonista, quien con dudas internas ante la orfandad familiar y el sentido de su existencia, encuentra en aquella comunidad aldeana un camino de conversión y de respuestas brutales.

La puesta en escena es de un grado de perfección altísima pero a veces el guión es poco creíble cuando cierta acción comienza a ocurrir en el círculo de estos estudiantes ajenos a la realidad circundante, con personajes que tenían más herramientas para lograr otros destinos pero quedaron boyando en el éxtasis profesado por la comunidad. No tiene esa efectividad constructiva que sí supo sortear dentro del subgénero de sectas El culto siniestro, cuya estructura narrativas lucía más direccional.

Muchos acusarán al film de intelectualmente pretencioso. Sin embargo, es fiel al espíritu de Aster que en esta oportunidad no quiso “americanizar” tanto la historia como en Hereditary. Es que este autor pertenece a la nueva generación perfeccionista o constructora del terror, a la que integra junto a Robert Eggers (La bruja), David Robert Mitchell (Te sigue) y Jordan Peele (¡Huye!) en busca de un contenido ajustado al detalle para generar clima y no ese impacto de screamers estilo 90/2000. Por ello, Midsommar es de esos films que shockean no por sus escuetas y pocas imágenes brutales, sino por las atribuciones que se toma para hacer con libertad holgada lo que se le plazca y genuinamente sintió su autor, como también por ocultar diversos mensajes subliminales, algo ya típico de Aster. Un viaje onírico bordando lo lisérgico que de a poco va gustando con el pasar del tiempo. Un producto que, como Aster, no quiere pasar indiferente y se constituye en una esperanza fuerte para el género.