Mía

Crítica de Carlos Herrera - El rincón del cinéfilo

La “Villa Rosa”, como se lo informa al final de la película, realmente existió a fines de los ´90 y estaba ubicada detrás de la Ciudad Universitaria de Buenos Aires. Allí se habían asentado en precarias viviendas personas transexuales, travestis y también gays. Las autoridades eclesiásticas presionaron al Gobierno durante mucho tiempo para que desapareciera esa “villa de emergencia, la peor de todas”, ya que en esa época estaban vigentes los edictos policiales en los cuales había un artículo que permitía encarcelar por 21 días a toda persona que vistiera ropas de otro sexo en la vía pública. En esos tiempos los “cartoneros” recién estaban haciendo su aparición por las calles.

Al mezclar temporalidades, el director y guionista Van de Couter logra señalar que la visibilidad (o “invisbilidad legal”) de las transexuales y travestis es una cuestión muy vigente, pero que también lleva muchos años sin resolverse.

La historia describe un ámbito que está considerado casi un “submundo” que la sociedad mantiene excluido y lo ha hecho víctima de la discriminación, negándole cualquier tipo de participación (educacional, laboral o asistencial) por el hecho de haber optado vivir de una manera diferente a lo que marcan las normativas.

La película comienza mostrando a Ale que recorre la ciudad y mira a la gente, pero la gente no la mira a ella, la marginalidad es su espacio.

Van de Couter no soslayó el imprimir rasgos de estereotipos de manera ficcionalmente exagerada para ser contundente en su mensaje, así se ven escenas de “travesti cuchillero”, de “masculinidad impulsada por el alcohol, “heterosexuales fóbicos con derecho a agredir”, y sobre todo apuntó certeramente a la casi única actividad rentable que la sociedad permite a las travestis, la prostitución, aunque también sean criticadas por ejercerla.

Todo el filme es un melodrama con una fuerte tendencia a explicar, desde lo psicológico, el punto de conflicto que lleva a una persona a optar por vestirse con ropas propias de otro sexo, aunque no se juega por ninguno de los que plantea, puede que sea la carencia paterna, la falta de protección, el abandono afectivo o quizá todos juntos, o algún otro punto que pasó inadvertido para el guionista.

Ale ansía proteger a Julia, la hija de Mia (autora del diario en cuestión), en cierta forma a Manuel, también a su amigo gay con el que convive, y al futuro hijo de una joven embarazada que se ha refugiado en la “Aldea Rosa”. No quiere que ninguno se sienta abandonado, quiere darles todo el amor del que es capaz, que es mucho.