Mia madre

Crítica de Laura Osti - El Litoral

El arte de mezclar lo privado y lo universal

Nanni Moretti volvió para hacer lo que sabe: conmover al espectador con su cine visceral y provocador. Luego del suceso obtenido con “Habemus Papam” (2011), arremete ahora con “Mia madre”, un largometraje inspirado en su propia experiencia personal: la enfermedad y muerte de su madre, mientras él dirigía su filme “El caimán” (2006).

“Me gusta que cuando un espectador vea una escena no entienda bien si es real o parte de un elemento onírico”, expresa Moretti en una entrevista, con motivo de su último estreno.

Admite además que eligió a Margherita Buy, una actriz que trabajó en varios de sus títulos, para que asuma su alter ego. Buy interpreta a una mujer también llamada Margherita, es directora de cine, tiene un hermano (Moretti), está atravesando por una crisis de pareja, tiene una hija adolescente (de un matrimonio anterior) que vive con su padre y a quien no ve muy seguido, y su madre está gravemente enferma, mientras ella está en plena filmación de una película.

¿Con qué nos sorprende ahora el carismático director italiano? con una historia de ésas que él sabe componer con su estilo tan particular: una mezcla de experiencias propias, en donde el dolor es uno de sus componentes principales, circunstancias sociales que funcionan como caja de resonancia de conflictos colectivos que influyen a su manera también en la psiquis personal y esos asuntos tan inevitables como indeseables como la instancia de la enfermedad y las respuestas siempre insatisfactorias que la medicina tiene para cada ocasión. Y le agrega un poco de cine dentro del cine, quizás para reírse de sí mismo.

Margherita es una mujer de edad mediana, que esboza cierto caos emocional en su vida privada, pero que asume una postura casi dictatorial en su trabajo. Obsesiva y pasional, como buena italiana, da la impresión de manejar a su antojo un set de filmación pero no así su intimidad.

El caso es que debe asumir que su madre “está muriendo”, como le dice su hermano, sin anestesia, como para ubicarla definitivamente ante una realidad que ella no quiere ver.

Mientras se desarrolla ese doloroso proceso, con su mamá internada y sometida a tratamientos muy complejos, ella reparte su tiempo entre el hospital y el rodaje, en tanto decide cortar con su última pareja y trata de recuperar la relación con su hija Livia, una adolescente que tiene una buena conexión con su abuela, quien la suele ayudar en las tareas de la escuela.

Así, con ese panorama familiar complejo, en el que la figura fuerte y contenedora está declinando, Margherita experimenta un cúmulo de sensaciones encontradas. Paralelamente, la película que está filmando la somete también a un estrés por momentos extremos, situación en la que tiene que lidiar con un actor estadounidense de origen italiano, Barry Huggins (John Turturro), lleno de tics y caprichos de estrella, que suele sacarla de quicio, aunque después terminarán siendo grandes amigos.

Todo el relato gira en torno al tema de la decadencia física y mental de la madre, y ya se sabe lo que la mamma significa para los italianos. La pérdida de una figura tan importante y vital provoca un cimbronazo que pone en jaque toda la estructura emocional de una Margherita que no está muy preparada para ese trance.

La película de Nanni Moretti oscila permanentemente, como es su estilo, entre la tragedia y la comedia, aventurándose en esos temas que orillan el melodrama pero que bajo su dirección adquieren un matiz más elaborado y no tan obvio, aun cuando apele constantemente a las emociones.

Es de destacar su excelente dirección de actores con un pulso que obtiene de ellos el tono justo para cada escena, expertise que se pone de manifiesto particularmente con el personaje de la madre, a cargo de una maravillosa Giulia Lazzarini, una actriz de teatro casi desconocida en cine.

A Nanni Moretti hay que tomarlo o dejarlo, se lo ama o se lo odia, se lo aguanta o se lo disfruta. Yo lo quiero y aunque me hizo llorar casi todo el tiempo, yo lo banco.