Mia madre

Crítica de Aníbal Perotti - Cinemarama

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Margherita es el alter ego femenino de Moretti: una cineasta que está filmando una ficción sobre el conflicto social que opone a los obreros de una fábrica con el patrón. Una suerte de versión morettiana de Tout va bien, la película que marcó el fin del período militante de Jean-LucGodard. La protagonista está nerviosa, se molesta con facilidad. Su madre está hospitalizada con serios problemas respiratorios y cardíacos. El pronóstico de los médicos es pesimista. El tiempo de la película será el que le resta pasar con esta antigua profesora de latín, como la madre del propio Moretti. El cineasta combina recuerdos de juventud y anticipos de la muerte anunciada con una sobriedad admirable que atempera el terrible sentido de finitud que habita en la película. Moretti filma la muerte como un proceso natural. Detrás de la simplicidad narrativa hay una complejidad desconcertante. El montaje transcurre dentro la cabeza de Margherita. El cine y la vida se reflejan permanentemente. La realidad,el rodaje y los sueños se mezclan con una fluidez y un virtuosismo asombrosos.

Margherita está tironeada entre el set de filmación, donde debe lidiar con un actor insoportablemente narcisista, y la clínica donde intenta cumplir con sus deberes de hija y renovar los vínculos con su hermano Giovanni (nombre de pila de Moretti, que interpreta el papel y confirma que también es un gran actor). La proximidad de la muerte de la madre reconfigura la relación entre todas las personas cercanas a su existencia pasada y presente. Los únicos signos de su enfermedad y de su edad avanzada son algunas incoherencias: ausencias temporales que parecen preparar el terreno para la ausencia definitiva. El caos del mundo del cine es un pertinente contrapunto cómico: un bazar hilarante en el que los directores dicen cualquier cosa y los actores no entienden nada. El actor estadounidense Barry Hemmings funciona como revelador. Barry no puede recordar sus líneas porque le suenan falsas y es incapaz de pronunciar correctamente debido al dispositivo impuesto por la producción. Moretti pone en escena sus dudas y sus pesadillas para hablar una vez más de su relación con el cine y con el mundo:en lugar de reproducir esquemas adocenados, es necesario inventar algo nuevo. En otra escena fundamental, la anciana le da un último consejo a su nieta Livia, la hija adolescente de Margherita que tiene problemas con el aprendizaje del latín: “Para traducir bien, nunca tomes la primera definición del diccionario”. Nanni Moretti entiende que es preciso ir más allá de las apariencias y superar los lugares comunes con una película profunda y sincera que se instale en el aire de nuestro tiempo.

Moretti conjuga la emoción universal con una forma exquisita, subterránea, de captar los pequeños detalles que determinan el estilo de una persona:el sutil movimiento de cabeza de la madre arremetiendo sobre su plato de pastas; el repliegue de Margherita cuando su actor, sobrexcitado en una cena, le sopla migas en su vestido; los pequeños pasos de baile de un padre para proteger a su hija que trata de dominar torpemente un scooter; o la sonrisa de Moretti cuando su jefe le pide que lo piense dos veces antes de abandonar un trabajo que ya no soporta. El cineasta toca las cuerdas de lo esencial con una gracia inigualable para combinar melancolía y vitalidad, tristeza y amor, drama, comediay un profundo humanismo.