Mi vieja y querida dama

Crítica de Laura Osti - El Litoral

Una herencia repleta de sorpresas

Israel Horovitz es un reconocido dramaturgo estadounidense, formado en Europa, con más de setenta obras, representadas y traducidas a diversos idiomas, en una trayectoria a través de la cual recibió numerosas distinciones.

Y a los 75 años decidió debutar como realizador cinematográfico, con My Old Lady, obra que escribió y dirigió en Reino Unido en 2014 y que tiene a una de las damas de la escena británica como protagonista, la entrañable Maggie Smith.

Se trata de una comedia con una fuerte impronta teatral que cuenta la historia de un hombre que está cerca de cumplir sesenta años y después de varios fracasos matrimoniales, está solo, sin familia y repentinamente, tras la muerte de su padre, recibe como herencia un viejo y señorial departamento ubicado en París.

Mathias (o Jim, según el caso) vive en Estados Unidos y viaja a Francia con la idea de vender el departamento y así resolver sus problemas de deudas e intentar organizar su vida. Es un hombre solitario y no precisamente exitoso, ni en los afectos ni en los negocios.

Pero al llegar a la capital francesa se encuentra con una sorpresa inimaginable: la propiedad que su padre le ha legado está habitada por una anciana, Mathilde, y su hija, Chloe, quienes según la ley francesa gozan de un contrato de usufructo vitalicio y nadie las puede obligar a abandonar la casa por ningún motivo. Se trata de un tipo de inversión inmobiliaria que supone una apuesta de riesgo, dato que Mathias ignoraba, puesto que la relación con su padre se había interrumpido muchos años atrás y no había prácticamente comunicación entre ellos.

La gracia de la película de Horovitz es presentar a estos tres personajes reunidos de pronto por una circunstancia tan curiosa como inquietante, fuente de potenciales conflictos, lo que genera una serie de situaciones ríspidas y tensas, en las que la vieja dama, una británica flemática, da rienda suelta a su capacidad para manipular la situación, hasta salirse con la suya.

El contrato de usufructo vitalicio no es la única sorpresa con la que va a tener que lidiar Mathias, ya que a medida que pasan los días, en una convivencia forzada y en principio no muy amigable, la anciana se irá despachando con una serie de confesiones que pondrán al descubierto secretos del pasado que la involucran afectivamente precisamente con el padre del heredero.

Secretos que tampoco conocía Chloe, una mujer solterona y poco preparada para afrontar la vida apartada del ámbito materno.

Así, entre discusiones, aprietes y ensayos diplomáticos para encontrarle una salida a la situación, se van conociendo los tres y terminan descubriendo que nada es casual en lo que les toca vivir y que el destino los reunió por algún motivo.

La historia está impregnada de amores y desamores, encuentros y desencuentros, glamour y tragedia repartidos en proporciones a veces un poco recargadas, conformando una trama difícil de describir, pero que atrapa al espectador por la maravillosa capacidad actoral de los protagonistas que no escatiman talento para sacar adelante una propuesta que puede sonar un poco rebuscada.

Kevin Kline conmueve con su Mathias perdedor y frustrado, que ante la expectativa de encontrar una salvación para sus pesares, tropieza con acontecimientos que por el contrario lo llevan a pasar una temporada en un pequeño infierno, pero del cual podrá salir redimido, haciendo las paces con el pasado.

Maggie Smith está brillante con su anciana pícara, sabia y manipuladora, con su despliegue de humanidad y ternura.

Y Kristin Scott Thomas explota una veta en la que se mueve como pez en el agua, interpretando a una Chloe que es una especie de tilinga histérica que termina siendo adorable.

“Mi vieja y querida dama” se disfruta con un placer genuino y saludable que suaviza cualquier defecto o debilidad del guión.