Mi vieja y querida dama

Crítica de Gustavo Castagna - Tiempo Argentino

Comedia de piso compartido

Mi vieja y querida dama es un film recetario con todos los clisés que puedan imaginarse en una historia de cruces culturales, chistes idiomáticos, una veterana como protagonista, cierta raigambre teatral en varias escenas y diálogos funcionales junto a esos remates que rápidamente complacen a un determinado espectador. Sin embargo, la pericia como guionista del director Israel Horovitz, el avasallante protagonismo del buen actor ochentoso Kevin Kline, el plato servido de frases inteligentes que se le concede a la gran dama actoral Maggie Smith y el segundo plano en el que plácidamente se desenvuelve Kristin Scott Thomas, inclinan un tanto la balanza a favor del film y de una historia ya expresada en otras películas. Mathias Gold (Kline) viaja a París para heredar un departamento de su padre pero el espacio está ocupado por la nonagenaria Mathilde Gérard (Smith) y su hija Chloé (Scott Thomas), quienes debido a un contrato morarán en el lugar hasta el fallecimiento de la vieja dama y así impedir que el recién llegado pueda usufructuar aquello que le corresponde por ley. De esta manera, la trama recorrerá la sorpresa inicial que recibe Gold, representada a través de chistes y situaciones graciosas, alguna bajada de línea que le corresponde a la invasora y a su hija y los consabidos textos donde se establece una puja cultural que refiere a franceses y anglosajones. Pero la película da un par de pasos hacia adelante si se la compara con la reciente El excéntrico Hotel Marigold 2, otro film también protagonizado por damas legendarias de la tradición actoral británica. Sucede que los cambios de tono resultan creíbles y nunca sentenciosos, que el viraje de la comedia amable y cálida al drama que revuelve el pasado y que decide ajustar un par de cuentas (en especial, dentro de la relación madre e hija) va más allá de aquello que se dice, ya que la película, de manera elegante, propone en más de una ocasión una sutil pizca de ironía que jamás necesita del subrayado ni de la expresión en forma locuaz. Mi vieja y querida dama, dentro de su estructura de comedia-drama de manual, elige el camino de la reflexión en lugar de la certeza y la contundencia sin retorno.