Mi vecino es un espía

Crítica de Miguel Frías - Clarín

Misión: cuidar chicos

Mezcla de filme de espías y comedia familiar, sólo apuesta al carisma de Jackie Chan.

A los treinta minutos de Mi vecino es un espía (para ser benévolos) uno no sólo se pregunta cómo es que la vida transcurre tan rápido y las horas tan despacio, sino qué quisieron hacer los gestores de esta película. Queda clarísimo que no procuraron ser originales. ¿Pero se justifica tanta pereza? ¿Tanta falta de ideas, nuevas o incluso viejas? La única apuesta -la última ficha, lanzada con displicencia en busca de un pleno- es al carisma de Jackie Chan: que sigue funcionando, a pesar de todo, aunque muy opacado por el desdén de este filme, repetición de repeticiones de repeticiones (y así sigue).

Bob Ho (Jackie Chan), espía chino que trabaja para la CIA, tiene dos misiones. Una: desbaratar el plan de un malvado ruso que busca terminar con el petróleo del mundo, excepto el de su país. Dos; la más complicada: ganarse la aceptación de los tres hijos de su enamorada y vecina Gillian (Amber Valletta), para poder casarse con ella. En algún momento, la mujer tiene que marcharse a cuidar a su padre y los niños quedan al cuidado de Ho. Obviamente, se verán enredados en la acción y esto les atraerá. En este punto, hay que aclarar que -a pesar de los trucos que permite la tecnología, y de algunas coreografías interesantes- Chan ya no está para tantos saltos y cabriolas. El simpático actor cumplió 56 años ...

Alguien podrá sostener que el filme es deliberadamente retro, que pretende homenajear a dos géneros inoxidables: las películas de espionaje y las comedias blancas familiares. Ok. ¿Pero es un homenaje hacer un producto muy inferior al original, sin aportar un piso mínimo de ingenio? Hasta el espectador menos iluminado es capaz de prever qué va a pasar en los 90 minutos que les siguen a los dos primeros. Es curioso este fenómeno de hacer filmes de mera diversión (nada tiene de malo) sin aportar elementos entretenidos (sí lo tiene, el aburrimiento).

Tras el final de la película, que aquí no se develará porque sería redundante, vemos las escenas fallidas, descartadas por el director, Brian Levant. Una sucesión de equivocaciones y bloopers que ocurrieron durante el rodaje. Uno supone, entonces, que se encontrará, finalmente, con material un poco más divertido. Pero no. Hasta esta coda suena a producto viejo. Una pena: aun con espectadores, hablamos de un cine vacío.