Mi último fracaso

Crítica de Pablo E. Arahuete - CineFreaks

Directo al corazón.

Desde el título alusivo a una canción de despedida amorosa, a ese despecho que los boleros nutren de poesía, la directora Cecilia Kang logra amalgamar, desde la mirada atenta y comprometida con su propia historia, por un lado los rasgos distintivos de una colectividad argentina-coreana de la que forma parte y por otro la búsqueda constante de la identidad a partir de una idea de reencuentro con los afectos familiares.

Los destinos de este viaje personal en donde Cecilia Kang aparece tanto detrás como delante de cámara -el equipo que la acompaña también- representan para los afectos espacios sensibles como por ejemplo acompañar a uno de los personajes a Corea del Sur en plan de recomposición de lazos perdidos. Y a ese periplo agregarle la impronta personal donde entra a tallar muy fuerte la figura de Catalina Kang, hermana de la realizadora y en segundo plano la de su profesora de arte para dejar establecida la paleta de colores que pintará el cuadro de las identidades de las mujeres que se cruzan en este derrotero.

El desarraigo, las diferencias culturales, las barreras de la tradición y un sinfín de inquietudes se van sumando a las charlas con familiares, amigos, y hacen de ese intercambio de miradas e historias el mayor reflejo de este documental.

El arco emocional siempre se tensa -nunca al borde de romperse- en el punto justo para que la flecha se clave en el centro de la sensibilidad del espectador, y no se rompa en el trayecto aunque el aire pueda estar viciado de pequeños fracasos; aunque los vientos de la impotencia procuren desviar el recorrido, no es tanto el fracaso como idea conceptual lo que vale la pena sino la ilusión que acompaña el término último porque parece que de eso se trata aprender a vivir.