Mi primera boda

Crítica de Miguel Frías - Clarín

Del sueño a la pesadilla

Un casamiento en el que (casi) todo sale mal.

Mi primera boda está, en todo sentido, mucho más cerca de la comedia americana que del grotesco criollo. Su trama, el gradual caos en que se transforma un casamiento mixto (un muchacho judío con una chica católica: ambos, digamos, agnósticos), es universal. El elenco (con Natalia Oreiro y Daniel Hendler a la cabeza) la producción y la resolución técnica son impecables. El ritmo, sostenido; con pasajes ácidos, mordaces. Y sin embargo, el guión funciona de a ráfagas: como si no alcanzara a estar a la altura de las virtudes mencionadas.El comienzo promete y mucho. A través de dibujos de Liniers, a pantalla partida, como en los inevitables videos casamenteros, vemos el crecimiento de ambos miembros de la pareja. Luego, mirando a cámara, con un fondo de desorden o destrucción, Adrián (Hendler) nos adelanta que toda la fiesta salió, tal como imaginamos, muy mal. Mientras su voz en off da explicaciones parciales, vemos que en algún momento tuvo que salir de la estancia cabalgando. Y que Leonora, la novia, terminó revolcada en el barro: estas imágenes tienen el relato es de Oreiro. Un recurso que Ariel Winograd ( Cara de queso ), que acá trabajó con Patricio Vega ( Música en espera ) como guionista, usará en parte de la película.El gran flashback será la fiesta que terminó en desastre. La unión, ¿para toda la vida?, entre un novio algo infantil, algo “nabo” (la expresión pertenece a algunos invitados) y una novia luminosa, estresada, pero que aparenta tener la manija de la relación. Las familias de los dos, disfuncionales, harán su aporte al descontrol general. Los espectadores que hayan optado por organizar estas “fiestas inolvidables” sentirán empatía.El hilo conductor, el comienzo del fin, son los anillos de boda, perdidos y buscados desesperadamente por Adrián. Una situación que por momentos se debilita. Alrededor, algunos personajes funcionan muy bien: como el de la madre de ella (Soledad Silveyra), alcoholizada y competitiva, o el del primo de él (Martín Piroyansky), tan torpe como querible. Otros, parecen más artificiales (aunque, ¿qué casamiento no incluye lo artificial?). Ejemplos: el de Pepe Soriano (un abuelo en obsesiva búsqueda de marihuana) y el de Imanol Arias (ex pareja de Leonora, un cínico intelectual que repite aforismos contra el matrimonio, cual un Oscar Wilde desangelado).Pasemos a los protagonistas: Oreiro tiene belleza, talento, personalidad y timing ; Hendler, capacidad histriónica y un sello personal: un humor que funciona, con eficacia, en un tono entre indolente y amargo. Hay otras figuras. Dos de ellas confrontadas en una subtrama, sobre un remise perdido: Marcos Mundstock, como cura, y Daniel Rabinovich, como rabino.Suficientes elementos, y hay muchos más, para que la película tenga un piso alto. Y sin embargo, por momentos, da la sensación de que -a pesar de ese piso alto- el techo quedó lejos. Igual, Mi primera boda tiene un resultado general satisfactorio. Lo que, en el caso de las bodas, reales o ficticias, parece ser más que suficiente.