Mi obra maestra

Crítica de Daniel Lighterman - Visión del cine

Dos actores carismáticos, muchos gags y una historia llevadera, hacen de Mi obra maestra una de las grandes apuestas del cine nacional este año.
Arturo (Guillermo Francella) es un vendedor de arte y su amigo Renzo (Luis Brandoni) un importante pintor, aunque ya hace más de quince años que no vende ninguna de sus obras. El vínculo que los une es muy fuerte, y es así que Arturo perdona las constantes agresiones y los desvaríos de Renzo que no parece querer entender su realidad. Luego de reiterados intentos por ayudarlo, y sin tener nunca éxito, Arturo decide abandonar a su suerte a Renzo, pero un accidente los hará volver a encontrar aquella relación que ya parecía perdida al mismo tiempo que intentan revalorizar la obra del artista.

Mi obra maestra, como lo dice su afiche, es una película sobre la amistad. Los vericuetos de los personajes y las diferentes situaciones que atraviesan en su vida, no son más que una excusa para contarnos ese vínculo inquebrantable entre los dos personajes. Probablemente sea por eso que la primera parte del film resulta un poco larga. Los chistes repetitivos del personaje de Renzo terminan perdiendo su potencia y retrasan bastante la parte más interesante que es la reconexión de los personajes en la segunda mitad del film.

Las actuaciones están muy bien como era de esperarse por el elenco convocado (que completan Raúl Arévalo y Andrea Frigerio) pero el código de la pareja protagónica se vuelve rápidamente muy televisivo, lo cual no le juega exactamente en contra al film, ya que Mi obra maestra es una película que apunta al espectador acostumbrado a ver las series de televisión en las cuales sus protagonistas solían actuar.

La estética del film es lo que más sobresale, ya que tanto en la fotografía, el arte y las locaciones elegidas, la película claramente se muestra mucho más compleja y pretenciosa que en el guion.