Mi mejor amigo

Crítica de Gaspar Zimerman - Clarín

Es difícil que una película de iniciación, de crecimiento, no cause empatía: todos vivimos esos momentos de zozobra emocional en el largo y sinuoso camino hacia la adultez (que no es más que el inicio de otro largo y sinuoso camino, pero eso será carne de otras películas). Mi mejor amigo capta con sensibilidad y sutileza esa etapa de confusión, y lo hace retratando el vínculo protoamoroso entre dos varones adolescentes.

Ante todo, lo que se muestra es un choque de mundos y de clases. Lorenzo (Angelo Mutti Spinetta, nieto del Flaco), es un chico de clase media criado por padres progresistas, responsable, estudioso, malo para los deportes, introvertido, tímido con las chicas. De un día para el otro se ve obligado a convivir con Caíto (el debutante Lautaro Rodríguez), hijo de un amigo de su padre, enviado a ese hogar sustituto en la Patagonia porque tiene problemas en su casa. El es todo lo contrario: tiro al aire, salidor, cargado de violencia contenida, pero de buen corazón.

Toda la película se apoya en la buena construcción de estos dos personajes -también de los padres de Lorenzo, a cargo de Moro Anghileri y Guillermo Pfening- y de la relación entre ellos. En su opera prima, Martín Deus consigue que sus criaturas transmitan emociones sin necesidad de verbalizarlas. La indefinición y las dudas de Lorenzo están ahí, sin por eso hacer del protagonista alguien apático. Caíto también está en la búsqueda, pero no de su identidad sexual, sino de contención afectiva. La intersección de esos recorridos les deja huellas tan profundas como invisibles.