Mi mascota es un león

Crítica de Guillo Teg - El rincón del cinéfilo

Cuando los comienzos de una película con animales son como los que vemos en “Mi mascota es un león” se pueden hacer dos cosas, a priori: resignarse al posible empacho de miel, edulcorante, glucosa, azúcar y otros dulces que van a chorrear por la pantalla; o tratar de transitar por lo esencial del guión sin intelectualizar al divino botón porque donde surja un atisbo de sentido común todo se cae a pedazos y hasta surge un dejo reflexivo al estilo: “¿Hasta cuando la gente que hace cine seguirá insistiendo con domesticar animales para tratar de humanizarlos?”. Ahora bien, cuando un guión como el escrito por Prune de Maistre y William Davies confunde punto de giro con volantazo violento, la cosa puede ponerse más espesa en cuyo caso, bien se puede uno levantar de la butaca e irse sin que nadie pueda decir mucho, en especial si fue al cine con los chicos.

En fin, se adivina en este estreno una sana intención de querer bajar línea sobre lo nefasto del negocio de la caza furtiva, en especial la de especies en extinción. Ese no sería el problema, sino la forma. Mia (Daniah De Villers) es una nena algo caprichosa y renegada producto de su disconformidad por la mudanza de la familia de Londres a África. No parece querer conectar con nada ni con nadie y hasta se manifiesta con violencia en el ámbito escolar. Mamá Alice (Mélanie Laurent) y papá John (Langley Kirkwood) no parecen dar pie con bola entre instalar su granja proveedora de animales para zoológicos o para estudio (ya hay algo raro ahí), hasta que él intenta calmarla un poco regalándole a Charlie, un cachorro de león blanco divino.

Poco tarda ella en conectar con su mascota y las cosas parecen ir de maravillas. Treinta minutos en donde, pese a algunas torpezas del montaje empático cuando se construye el vínculo entre Mia y Charlie (por ejemplo la escena paralela cuando ella va a jugar al fútbol y el cachorro se queda solo), se nos regala ese típico paisaje de la sabana africana con atardeceres bellísimos, tomas casi documentales de los animales en pleno ejercicio de su libertad y amaneceres aún más bellos. Todo muy prolijo en la dirección de fotografía de Brendan Barnes y el montaje de Julien Rey.

Mia crece, Charlie también, y mientras el animal va desarrollando sus instintos naturales de macho alfa, carnívoro y peligroso, el argumento sale de la nada con que en realidad todo era una pantalla para ocultar que la granja de animales no es otra cosa que una productora de bestias para ofrecerlas como presas de caza. Una engaña pichanga mentirosa y arbitraria del director y los guionistas que en ningún momento se molestaron en construir seriamente esa posibilidad. Ahí es donde el espectador sigue adelante pese al oscurecimiento del relato, pero no sin un dejo de escepticismo frente a lo que se viene.

Naturalmente la reacción de Mia es entendible: defender a Charlie a como dé lugar, pero también atravesando el dolor de saber la verdad. El curso de las acciones dirigidas por Gilles de Maistre toma un decidido rumbo hacia la ridiculez (la escena de ella robando un camión sirve como muestra) y hacia toda posibilidad de aceptar las cosas como vienen. Raro giro teniendo en cuenta que “Mi mascota es un león” estaría pensada como un producto para toda la familia, pero más extraño aún es que la estética no cambie con la nueva propuesta. Como si al director de fotografía también le hubiesen mentido. La moraleja, o bajada de línea, o panfleto, como quiera llamarlo, también comete la torpeza de caer en su propia trampa trazando de hecho la posibilidad de doble lectura en el ámbito familiar (esto de que el infierno está en nosotros y así por el estilo) .

Una película que elige la forma tradicional del relato cinematográfico puede usar el truco, el engaño, y en todo caso hasta puede postergar información, pero mentir desde el afiche en su impronta y en el armado es, como mínimo reprochable. Al final de los créditos se aclara que “durante la filmación de esta película ningún animal sufrió daño alguno”. Habría que agregarle “…no nos responsabilizamos por el que pueda sufrir la inteligencia del espectador”