Mi histeria en el cine

Crítica de Ariel Abosch - El rincón del cinéfilo

La tantas veces discutida, en diferentes ámbitos y medios de comunicación, problemática del cine argentino se pone de manifiesto en esta realización de la reconocida directora María Victoria Menis, porque trae a la palestra una dura realidad que no sólo transita ella, sino muchos de sus colegas, que es la de poder llevar a cabo una película, sin tantos problemas inherentes a la idiosincrasia argentina y, por ende, poder vivir del cine. Porque hay unos pocos privilegiados que se pueden dar ese lujo y chocar contra las paredes para termina cansando esmerilando la voluntad y la pasión por hacer películas
La directora, que tiene varios largometrajes de ficción en su currículum, se decidió a filmar éste documental autorreferencial de tal manera de hacer una catarsis pública y privada al contar lo que le sucede. Porque se encuentra en medio de una crisis existencial y utiliza este medio para desarrollar una suerte de terapia familiar.
Con un ritmo veloz en 60 minutos da un pantallazo de su vida como cineasta y la relación que tiene con sus padres, su marido y sus hijos. Todo en forma de auto gestión, ella misma maneja la cámara, la lleva en mano e interactúa con las distintas personas que enfrenta. Termina siendo un reality donde transmite las dudas, su estado de ansiedad, la desesperanza, etc., involucrando a su familia y también al espectador para buscar una ayuda o un consejo acertado, que no la haga tener que abandonar la carrera y dedicarse a trabajar en una librería.
Los familiares se desenvuelven bien ante la cámara, varios de ellos trabajan de alguna u otra manera vinculados a este oficio.
Pese a ser considerada y respetada por sus colegas, para poder producir un film siempre le costó un esfuerzo supremo, desgastante, que la llevó a replantearse en su etapa madura si valía la pena seguir insistiendo con lo mismo, o dar un volantazo y buscar otros horizontes menos espinos, pero seguramente, al final, menos gratificantes también.
Lamentablemente, para los que se dedican al arte, con el reconocimiento de la crítica y de los jurados en los festivales o exposiciones, no alcanza. Porque si el público no asiste, le da la espalda a tanto esfuerzo y sacrificio, no paga una entrada, no sólo es un perjuicio económico brutal para todos los que están involucrados en el negocio, sino también un doloroso golpe a la autoestima del creador de la obra, porque terminan no reconociéndolo, e ignorándolo, que es el peor de los castigos.