Mi Führer

Crítica de Fernando López - La Nación

Hitler, parodiado con muchas vacilaciones

Que el cine alemán pueda, por primera vez, burlarse de Hitler por vía de la sátira, puede ser una muestra del saludable estado actual de su sociedad, pero implica también el riesgo de relativizar los crímenes del nazismo. El director judío de origen suizo Dani Levy se atreve a enfrentar ese compromiso. Que no logre sortearlo en todos los casos (ridiculizar al Führer presentándolo como un pobre tipo que no ha podido superar las humillaciones a que lo sometía su padre y que serían el remoto origen de sus monstruosidades, puede inspirar en el espectador -más allá de las intenciones del director- cierta simpatía), es uno de los problemas del film, que se aleja así de la burla despiadada que buscaron Chaplin o Lubitsch. Otro, quizá más notorio, es que le cuesta equilibrar el franco tono paródico de gran parte de las escenas con aquellas otras, más realistas, que apuntan a la dramática situación de los judíos, como si se sintiera obligado a aclarar que, más allá de las risas y las bufonadas no olvida el dolor y los horrores padecidos por las víctimas de la barbarie nazi.

Un Hitler que no convence

El film parte de una ingeniosa idea original: en 1945, la guerra ya está casi perdida, Berlín en ruinas y Hitler deprimido. Mal momento para una crisis de confianza, sobre todo ahora que el Führer tiene que levantar la moral del pueblo con una inflamada arenga durante un show de fin de año trucado por Leni Riefenstahl. Goebbels trae una solución: es Adolf Grünbaum, un gran actor judío prisionero en un campo de concentración, que podría, con sus lecciones de teatro, devolverle a su alicaído jefe la potencia de su oratoria. Así se entabla la intimidad entre los dos Adolf, motivo de unas cuantas situaciones cómicas que a veces son graciosas (como cuando el famoso bigotito se ve accidentalmente reducido a la mitad); a veces revelan algún ingenio (la idea de la ventriloquía, la tragicómica escena de Hitler compartiendo la cama con el matrimonio judío), y muchas veces resultan bastante pueriles. Así y todo, es el sector humorístico el que confiere al fallido film alguna diversión.

Helge Schneider no parece un Hitler demasiado convincente; en cambio, son admirables los desempeños de Ulrich Muhe, el malogrado actor de La vida de los otros (Grünbaum) y Sylvester Groth (Goebbels).