Mi Führer

Crítica de Claudio Lo Iacona - Todo lo ve

¿Un niño que sólo quería llamar la atención?

En esta comedia negra, el director Dany Levy nos transporta a fines del año 1944, cuando el mundo podía sentir que el poderío de Hitler se encontraba en sus últimos días.
Mientras que el argumento muestra a un Adolf Hitler (Helge Schneider) en los finales de su poderío y como quizás muchos lo imaginan: deteriorado, débil y casi al borde de la locura. Con la necesidad de ayuda y el apoyo de un profesional que aumente su credibilidad y oratoria, para el discurso de Año Nuevo, ante una Alemania cansada y casi sin fe.

Para lograr esto, sus colaboradores deciden retirar de un campo de concentración a un maestro actor judío, Adolf Grünbaum (Ulrich Mühe) que va negociando su trabajo a cambio de pedidos inimaginables para el pensamiento nazi de la época.

En casi toda la película se lo puede ver al Fuhrer como un nene caprichoso, inestable y atormentado por los recuerdos de un padre que solía golpearlo.

Mientras este couch de la actuación trata de elevar la autoestima del dictador alemán y lucha con la idea de matarlo y vengar a su pueblo, los espectadores se irán enterando del plan que tiene la SS de matar al Fuhrer y cargar la culpa a Grünbaum.

Con algunas ideas ya vistas en la cinta de Tarantino (Bastardos sin Gloria): la traición al Fuhrer, las cámaras filmando la situación y la idea del atentado en manos de gente vinculada al cine. Esta historia comienza con mucho potencial pero no logra su cometido, que es hacer humor, y aunque la ambientación general es buena y muestra una Berlín casi destruída (con el agregado visual de imágenes en blanco y negro), se hace muy difícil mantener la atención en la pantalla y, más aún, reírse por las situaciones que presenta.