Mi amigo Enzo

Crítica de Diego Batlle - La Nación

Marley y yo, Siempre a su lado, Beethoven, La razón de estar contigo...La lista es larga (y en el terreno de la animación todavía más) porque los perros siempre han generado una fuerte atracción en la pantalla. En este caso, el inglés Simon Curtis dirigió la transposición del éxito literario de Garth Stein (173 semanas de permanencia en la lista de best sellers de The New York Times) que resulta un melodrama que invita (casi que obliga) a la lágrima fácil, al llanto profuso.

Lo primero que llama la atención de la película (y la novela) es que está narrada íntegramente desde el punto de vista de Enzo (un terrier en el libro; un golden retriever en la película), cuya voz en off corre por cuenta de uno de los actores más nobles de Hollywood, Kevin Costner, quien aporta todo su profesionalismo para sobrellevar unos cuantos parlamentos (pensamientos caninos) que derivan en frases altisonantes y aleccionadoras sobre la lealtad y el sentido de la vida. Enzo es el ladero querible e inseparable de Denny Swift (Milo Ventimiglia), un corredor de autos de Seattle con más talento que suerte.

Cuando está a punto de dar el gran salto profesional, algún contratiempo le ocurre. Enzo lo acompañará en los distintos circuitos y -con algo de celos- cuando vaya formando una familia. Mi amigo Enzo abordará durante sus casi dos horas unas cuantas situaciones extremas (enfermedades terminales, juicios generados desde la maldad) en una extraña combinación entre película "tuerca", fábula para toda la familia y drama lacrimógeno con algún que otro golpe bajo.