Mi amigo el dragón

Crítica de María Paula Rios - Cinepapaya

Mi amigo el Dragón se encuentra lejos del estilo de la fusión Disney - Pixar.Si bien en las películas que pone la mano este último hay otro tipo de “riesgo” y/o aggiornamiento, aquí se retorna al clásico film familiar, en el que se cuenta una bella historia fantástica y se deja el tan mentado “mensaje” de apreciar los valores primordiales como la confianza, el compañerismo, creer en la familia, por sobre todo, y en la amistad.

Por supuesto que el dragón aquí —más que ser un animal mitológico— posee la ternura y hasta el aspecto de una mascota. Es muy dulce y, a pesar de ser una animación excelentemente lograda, tiene toda la química con Pete, el niño protagonista. Justamente, la historia narra cómo Pete, tras un fatal accidente en el que mueren sus padres, se pierde en el bosque y es rescatado por este cálido dragonzote.

Pasan seis años y de repente una guardabosques descubre al pequeño en un estado semisalvaje. A partir de aquí la historia deviene como casi todas las familiares de Disney: se descubre al dragón, lo quieren cazar hombres ambiciosos, el niño y sus nuevos amigos lo defienden, hasta que cada cosa se acomoda en su lugar.

El gran acierto es que se cuenta desde punto de vista del joven protagonista, esto le confiere un afecto y una mirada tan sensible a la historia que es imposible no sentir empatía. La cosa funciona: el ritmo de aventura constante, el asombro por lo maravilloso más la apuesta a lo emocional. Ni hablar del paisaje de ensueño en el que todo remite al típico cuento de hadas, donde existe un dragón bueno y ecológico, y la maldad proviene solo por parte del hombre.

Si bien Mi amigo el Dragón no descubre nada nuevo y, por el contrario, regresa a las raíces de ese Disney más clásico y conservador, se nota el amor que confiere el director, tanto por la historia como por los personajes. Una apuesta a un público infantil que bien podrá disfrutar de la aventura y la magia de tener un dragón en casa.