Mi amiga del parque

Crítica de Fernando G. Varea - Espacio Cine

Madre sola no hay una

Una de las sorpresas –sutiles, inadvertidas frente a otros fenómenos– que ha deparado el intercambio generacional que atravesó nuestro cine en los últimas dos décadas, ha sido la incorporación de nuevas miradas sobre conflictos propios del universo femenino. Rompecabezas (2010, Natalia Smirnoff) y Por tu culpa (2009; dir: Anahí Berneri) son buenos ejemplos, aunque no los únicos, en los que los roles de madre y ama de casa son delicadamente corridos de la vocación idealizada y el altar de la virtud. La nueva película de Ana Katz (1975, Buenos Aires) se suma a esa saludable disposición a sacudir levemente prejuicios instalados, sin cargar las tintas ni descuidar el afecto hacia los personajes, en este caso una insegura madre primeriza y una ocasional amiga algo invasiva y desconcertante.
El guión de Mi amiga del parque, escrito por Katz junto a la escritora uruguaya Inés Bortagaray, sabe acertadamente combinar elementos para mantener intrigado al espectador, desestabilizarlo y ayudarlo a reflexionar sobre determinadas cuestiones. En los avances y retrocesos de la relación entre Liz (Julieta Zylberberg) y Rosa (la propia Katz) se deslizan apuntes sobre maternidad biológica y de hecho, miedos y responsabilidades ante un hijo pequeño (“Es tan… chiquito” se angustia Liz, en un momento), dificultades en el entendimiento cotidiano de/con los otros, temor a transgredir –y, al mismo tiempo, deseos de hacerlo–, soledad, necesidades y apariencias. Mínimos pormenores que parecieran estar sólo por voluntad del guión responden, sin embargo, a una caracterización pulida de las criaturas: las actitudes respecto a los horarios, por ejemplo, o las reacciones que despierta un arma que aparece por ahí.
Palpita, también, aunque a simple vista no parezca, una sorda contienda entre clases sociales: un oficio o profesión (Liz es escritora y su marido realizador de documentales, en tanto Rosa operaria en una fábrica), la posesión de un auto o una prenda de vestir marcan esa diferencia; también la manera de entender la generosidad y la solidaridad en ambas mujeres (y una tercera, Renata, hermana o prima de Rosa, interpretada por Maricel Álvarez). Está claro que, aunque Katz interpreta a Rosa, el punto de vista de su película es el de Liz, y en este sentido Mi amiga del parque podría integrar un interesante doble programa para el debate con El hombre de al lado (2009; Mariano Cohn/Gastón Duprat), si bien el film de Katz-Bortagaray, que recurre igualmente a un tono de asordinada comedia, no es cínico y se reserva un final tranquilizador. Algo del rechazo-fascinación que le despierta a la protagonista lo que hacen sus circunstanciales amigas recuerda, asimismo, a Tan de repente (2002), la película de Diego Lerman, coproductor aquí.
No es sencillo lograr que la inmadura Liz y las descaradas hermanas R. (así las llaman) resulten siempre creíbles, y sin embargo eso ocurre. La forma en que el film mantiene fuera de ese micromundo a parientes y vecinos puede resultar antojadiza, pero el clima es verosímil, con la ayuda de las actuaciones. A la eficacia del trío Zylberberg-Katz-Álvarez hay que agregar el desempeño del resto, desde la excelente Mirella Pascual (como una mujer experimentada que se dedica a cuidar el niño) hasta otros que se ven y escuchan medio de soslayo, en conversaciones casuales de milagrosa naturalidad.
Film de pequeños-grandes momentos, de miradas, de frases hirientes disparadas distraídamente y reconfortantes gestos de reconciliación, Mi amiga del parque es, además, un ligero examen sobre la confianza, en sí mismo y en los demás.