Mi amiga del parque

Crítica de Diego De Angelis - La Izquierda Diario

Mujer sola

Por la mañana, en la mesa de un bar, dos mujeres conversan animadas. Liz y Rosa comparten una pizza, beben cerveza, se ríen. Sus bebés duermen, mientras tanto, en sendos cochecitos. Es un momento sin dudas agradable, pero también una situación peculiar, fuera de tiempo. Se acaban de conocer en un parque. En un punto de la charla, Rosa le pregunta a Liz por su profesión. Ella le contesta que es escritora y que trabaja en una editorial. Acaso para revalidar una respuesta que considera insustancial, agrega que además publicó una novela. Entonces Rosa, casi como burlándose de ella y de su oficio, le pregunta si está escribiendo sobre su flamante experiencia: la maternidad. Pero Liz le contesta, entre carcajadas, que no, que ese tema no le interesa mucho a nadie. Sería posible reconocer en esta escena, y en especial en esta última respuesta de Liz, una suerte de prólogo indispensable de Mi amiga del parque (2015), la última película de Ana Katz. O mejor aún, una advertencia argumental y formal, porque la película abordará -así, un poco en serio y un poco en broma- precisamente esa cuestión que pareciera no importar demasiado.

El oculto, y las más de las veces problemático, comienzo de la maternidad: el puerperio. Circunstancia poco feliz que el film de Katz no tardará en caracterizar a partir de la condición que suele determinarla: su profunda soledad y extrañeza. Liz no es soltera, pero está sola. Su marido, que viajó a Chile para trabajar en un documental en las inmediaciones de un volcán, se encuentra bien lejos, a miles de kilómetros de distancia, en otro planeta. En ningún momento será posible establecer con él una comunicación efectiva. Las llamadas telefónicas vía Skype tan solo servirán para exhibir justamente las señales de un intercambio fallido, que no fluye. No podrán entenderse. El film insistirá con eso: "No nos estamos entendiendo", repetirá una y otra vez Liz. Como si entre ella y su marido -entre ella y los otros- mediara, en ese momento tan particular, un abismo infranqueable.

Liz vive con su bebé recién nacido en una casa recién estrenada. Una breve pero muy certera escena alcanzará para describir una cotidianeidad experimentada con cierta indefinible angustia, pues las palabras no emergen con facilidad, persisten ahogadas en la congoja. Mientras se baña, deberá interrumpir su llanto para cerciorarse que su hijo, del otro lado de la cortina -la delgada frontera que por un instante los separa- se encuentre bien. Deberá a su vez, en el mismo movimiento, simular en su rostro una sonrisa que por su carácter forzado se convertirá de pronto en una mueca triste por lo imprecisa. Ante la situación de extrema vulnerabilidad e incertidumbre que atraviesa la protagonista, el pediatra -voz masculina autorizada- le aconsejará salir a caminar por el parque y relacionarse con otras madres. Es allí donde conocerá a Rosa, la amiga referenciada sugestivamente en el título del film. Influencia negativa, es la persona a la que no resulta aconsejable acercarse, la mala yunta. Rosa es una mujer extraña, diferente a las otras madres, más convencionales, las que en el parque se juntan con sus hijos y organizan reuniones de crianza, que conversan siempre sobre lo mismo. Rosa pertenece a otra clase, trabaja en una fábrica textil y vende panes rellenos. Pero no será esa la única diferencia. En ella será posible advertir desde el principio cierta singularidad difusa expresada a partir de comportamientos poco frecuentes. Liz se sentirá convocada por la extravagancia de su amiga, como si pudiera reflejarse especularmente en ella. Se alejará de su espacio de pertenencia y podrá así comunicarse.

Mi amiga del parque es una película excelente. Cada escena le ofrece al espectador la dicha de su interrogación crítica. Mediante un manejo notable de la parodia, conseguirá escaparse con éxito de los lugares comunes propios de un tema que no le importa mucho a nadie. Y lo hace mofándose de ellos, evidenciando sutilmente su disposición patética. Con astucia y picardía, el film de Katz presenta una historia sobre la cara menos visible de la maternidad: cómo dirimir el conflicto entre tener un hijo y hacerse madre.

Posdata: Acaso otro dilema asimismo invisibilizado sería aquel que involucra al padre y la construcción de su paternidad. Cómo resolver la tensión entre tener un hijo y hacerse padre. Una cuestión que tampoco interesa demasiado y que suele ser desarrollado con liviandad. El film de Katz no se ocupa de él –no tiene por qué hacerlo, su asunto es otro-, pero lo sugiere. En un breve diálogo, un padre que cuida a su hijo en el parque, le aconseja a Liz lo siguiente: “Las cosas es mejor hablarlas. Te lo digo yo que vivo comiéndome todo y sufro como un campeón”.