Mi amiga del parque

Crítica de Brenda Caletti - CineramaPlus+

MUJERES EN EL VACÍO SIMBÓLICO

¿Adónde ir cuando se produce un desfasaje entre el transcurso de los acontecimientos y la realidad? ¿Qué espacio se vuelve contenedor de esos nuevos estados e identidades?

Como si fuera una suerte de desprendimiento de la experiencia personal de la directora Ana Katz, quien acudía a la plaza luego de ser madre y se topaba con gente mayor o pequeños grupos de manicomios, el parque se posiciona como un lugar fuera del sistema, un espacio dual: por un lado, es abierto, simbólico y liberador de las opresiones de los personajes, mientras que, por el otro, habilita la convivencia de estos “desplazados” que están en contacto pero no se hablan.

De esta manera, el paseo de Liz con su bebé Nicanor se vuelve un ritual, una especie de comunión entre una madre primeriza y sola (su marido está en Chile grabando un documental) y las nuevas sensaciones tras el nacimiento del primogénito.

Durante uno de esos encuentros, Liz conoce a Rosa. Ese nuevo lazo produce un cambio en la concepción del vínculo entre madre e hijo y entre ellos y el rito. En consecuencia, las experiencias del parque se transforman no sólo por la aparición de tres personajes más (Rosa, Renata y la beba), sino porque implican nuevas relaciones con el espacio y quienes se mueven en ese ambiente. Esto mismo se replica en la unión de madre e hijo a través del contraste con el concepto de maternidad de las “hermanas R”.

Mi amiga del parque explora diferentes acercamientos y posturas sobre la maternidad y las posibilidades de elección de la mujer, muchas veces inversos a las costumbres sociales más arraigadas, pero sobre todo, como acentúa Maricel Álvarez (Renata), desde lo femenino y no desde una perspectiva de género. De esta forma, las miradas se vuelven desprejuiciadas, más libres y en la comunidad de lo femenino, donde todo aquello que parece no tener sitio encuentra su lugar de pertenencia.

Por Brenda Caletti
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