Mi abuelo es un peligro

Crítica de Juan Ignacio Novak - El Litoral

La irreverencia que no fue

Algo de desfachatez no viene mal y hasta configura un aporte de frescura ante las comedias más tradicionales o “blandas”. Pero para que esto funcione y haga reír (en definitiva es uno de los objetivos del género, además de promover alguna que otra reflexión) se requiere talento. Los hermanos Peter y Bobby Farrelly demostraron cómo se puede lograr humor soez y divertido al mismo tiempo; “Loco por Mary” (1998) es el mejor ejemplo. El director Dan Mazer y el guionista John Phillips trataron de emular ese formato en “Mi abuelo es un peligro”, pero la irreverencia que intentaron queda anclada sobre una catarata de gags vulgares, múltiples referencias escatológicas y chistes tan poco elaborados que cuesta encontrarles la gracia. Si en los primeros minutos provoca cierto impacto (relativo) ver a un prestigioso actor como Robert De Niro bajo la fisonomía de un veterano libidinoso, alcohólico y pendenciero que quiere perseguir universitarias y se la pasa hablando de sexo, al rato el recurso se torna cansador a fuerza de repetición.
Estereotipos
La historia está repleta de lugares comunes, personajes unidimensionales y conflictos mal planteados, peor resueltos. Hay un joven (Zac Efron) que anhelaba ser fotógrafo de National Geographic y se ha convertido en abogado. Está punto de casarse con una mujer quisquillosa y obsesiva. Entonces aparece en escena su abuelo, recientemente viudo, quien a través de una artimaña le propone un viaje a Florida antes de la ceremonia. Ante el asombro del solemne nieto, éste dista mucho de la imagen venerable que tenía en mente, en cierto modo atada a los prejuicios familiares. “La mayoría de los abuelos solamente piden caramelos”, le dice cuando lo descubre obsesionado con la pornografía, el whisky y la anatomía femenina. Así arranca un periplo que tiene algún eco de “Perfume de mujer” (1992): el viaje es una metáfora del cambio interior que aparentemente opera en los personajes. Pero este aspecto está abordado en modo tan superficial que queda aplastado por la capa de humor procaz, con resacas al estilo “¿Qué pasó ayer?” (2009), pero sin su chispa.
El intento de proyectar una mirada ácida sobre instituciones como la familia y el matrimonio termina en trazos demasiado gruesos, que tratan de ser profanos pero bordean el mal gusto. “Le fui infiel a tu abuela cada día durante los cuarenta años que estuvimos casados”, le dice De Niro a Efron al principio del film. “Antes de morir, ella me pidió que disfrutase de la vida”, agrega. Y así justifica el trayecto que iniciará luego, con la única meta de satisfacer sus deseos sexuales. A esta premisa simplona se agrega una galería de estereotipos que denota falta de imaginación: un homosexual amanerado, una universitaria ninfómana, una hippie enamoradiza, un musculoso con pocas luces, una novia controladora, un padre estructurado, un primo obsesionado por el onanismo, un pandillero peleador. Y la lista podría seguir.
Sombras nada más
La pregunta se cae de madura: ¿Qué fue del Robert De Niro que exploró con talento su vena cómica? Es difícil saberlo, pero esta vez sólo se ven las sombras de aquellas actuaciones. Es probable que una parte del desaprovechamiento de semejante intérprete obedezca al guión chabacano, con personajes pobremente caracterizados. Pero la falta de química con Zac Efron es evidente: es como si los dos actores estuvieran en sintonías diferentes y para colmo la historia se asienta precisamente en la interacción entre ambos. El ensamble que logró el actor de “Taxi driver” (1976) con Ben Stiller en “La familia de mi novia” (2000), Billy Cristal en “Analízame” (1999) y Charles Grodin en “Midnight run” (1988) aquí brilla por su ausencia. Si se trata de abuelos libertinos, cabe recordar al oscarizado personaje de “Pequeña Miss Sunshine”. También fumaba marihuana y miraba películas pornográficas, pero estaba excelentemente interpretado por Alan Arkin.