Metegol

Crítica de Daniel Cholakian - CineramaPlus+

Una película como Metegol tiene claramente dos improntas difíciles de eludir: la que aporta su director Juan José Campanella, ganador de un Oscar con su película El secreto de sus ojos y la que imprime calidad de la animación que se desarrolló para esta mega producción, con costos largamente superiores a cualquier película en nuestro país.

Aun cuando la animación no sorprende para quienes conocen la calidad de las películas que se distribuyen a nivel mundial, lo cierto es que Metegol soporta la comparación con cualquiera de las superproducciones de las grandes compañías internacionales. Este es un dato alentador tanto para quienes van a ver la película, como para la industria audiovisual nacional, que con este salto de calidad en la técnica se instala como un jugador considerable en la producción de animación global.

En cuanto al lugar de Campanella, es evidente para quien ve la película que esta se ubica en el mismo lugar –por su construcción, su estilo, su moral y su ideología- que Luna de Avellaneda, seguramente la peor película de este director que, a criterio de este cronista, está algo sobrevalorado en tanto autor. No hay dudas que Campanella conoce como producir películas que logren empatía con el público y se conviertan en productos masivos, lo que no parece razonable es considerarlo un autor con rasgos que eludan los lugares comunes de la industria más concentrada.

Metegol parte del relato de un padre a su hijo, a quien revela su propia historia y la de su pueblo. Es la historia de un joven sumiso, abstraído en la práctica del metegol, el juego popular que no faltaba en ningún bar ni buffet de club de barrio. Este juego es el escenario de una gran disputa entre el joven retraído y un “patotero” devenido poderoso. Amadeo y sus jugadores de metal tendrán que asumir en una serie de aventuras y un gran desafío final, el destino de su pueblo. En este sentido, la película está más cerca de cualquier relato tradicional que de la recuperación de un elemento popular como fuente para construir una aventura que encuentre en tradiciones compartidas algunas nuevas ideas narrativas o algunas particularidades del lenguajes, de los escenarios, de los elementos cotidianos. Como si lo neutro no fuera solo el lenguaje hablado, los elementos que constituyen la totalidad del film carecen de cualquier vínculo de la cultura popular, como supone un relato centrado en un juego como el que referencia el título.

El metegol es un juego, pero es también un lugar de encuentro. Fue durante un largo tiempo –y lo sigue siendo en muchos lugares donde se comparte el vermú, el salamín y el queso- una forma de expresión de la cultura popular. Alrededor del mismo se despliegan un conjunto de vocablos y discusiones propias, que fueron desarrolladas, compartidas y trasmitidas a partir del metegol como espacio de reunión. Fue en esa extraña configuración de jugadores y espectadores –comentaristas, consejeros e hinchas- que se constituyó un pequeño espacio de la cultura popular en nuestro país. Frente a esta noción, claramente recuperada en el cuento de Fontanarrosa, la película de Campanella impone un metegol que es un inconcebible espacio de pura soledad y encierro.

Amadeo pasa de la niñez a la juventud y de ella a la adultez, luciéndose en el juego para su exclusivo goce personal, sus logros no son desarrollados en el juego compartido, en el intercambio glorioso de una tribuna del bar o de un club social, sino en el terco aprendizaje solitario que es solo demostración y nunca juego. Lo popular desaparece en manos de un personaje sin vínculo social y alejado de cualquier forma de cultura popular.

En la primera secuencia de la película Campanella confronta, actualizando cierta línea planteada en el cuento, los jueguitos en la Tablet –de puro corte individual- con el metegol –de raíz popular y colectiva-. Sin embargo esta operación se contradice en sí misma, pues para el protagonista el metegol es un espacio de encierro y aislamiento, del mismo modo que, según su visión, lo son los jueguitos electrónicos para su hijo.

Pero para colmo de males la película posee enormes problemas narrativos. Campanella parece concentrar sus esfuerzos en la escena del desafío (secuencia del comienzo de la película donde se genera la enemistad irremediable entre Amadeo y el Grosso) y la del enfrentamiento (partido del final). En medio de esas dos secuencias la aventura de los pequeños jugadores de metal, que adquieren vida propia, carece de todo interés, novedad y ritmo narrativo. Para quienes creen encontrar vínculos entre esos juguetes revividos y la magnífica saga Toy Story, cabe distinguir que en aquella los juguetes tienen vida propia al margen de los humanos. Y ese no es un dato menor a tener en cuenta. La lógica de autos o juguetes hablando con humanos definitivamente carece de toda magia.

Por otra parte el desenlace adolece de dos problemas centrales. Campanella parece no entender el futbol, ni su lógica ni su estética. ¿Desde dónde mira el partido la cámara? Desde el lugar de la pelota o del jugador. Nunca lo mira desde fuera de la cancha. He ahí un problema notable en la narración de esta secuencia, que por otra parte nunca encuentra la tensión necesaria de un enfrentamiento a todo o nada.

Será Metegol seguramente la película más taquillera del año. Eso no quita que para muchos de nosotros sea una decepción. Una verdadera pena, especialmente en homenaje a aquel magnífico wing derecho que lleva como 6800 goles hechos en las canchas del viejo club social y deportivo.